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domingo, 12 de junio de 2011

Las legumbres desparramadas de Ana Frank

A propósito de conmemorarse hoy
su nacimiento y el inicio de su Diario



Hoy hace 82 años del nacimiento de Ana Frank, la niña judía nacida en Alemania, criada en Holanda y fallecida a los 15 años en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Y hoy hace 69 años que la precoz cronista comenzara a escribir en el diario que le regalaran por su cumpleaños y que se convertiría en su más fiel compañero y su legado a la humanidad. El Diario de Ana Frank es uno de los libros más leídos del mundo y ha sido traducido a 70 idiomas, amén de haber sido convertido en numerosas películas, obras de teatro y de balet y hasta cintas de dibujos animados.
En los difíciles dos años que Ana Frank permaneció en el escondite junto a otras siete personas, incluyendo sus padres, su hermana y su primer amor, son varias la ocasiones en que hace referencia a hambre y alimentos. El fragmento que sigue, fue escrito el lunes 9 de noviembre de 1942 y muestra como, en medio del horror, Ana Frank tenía incluso humor para hablar de unas judías esparcidas por el suelo.

Cocina del escondite de la casa de Ana Frank.
Imagen de Vault Handler, tomada de la Casa Ana Frank en Holanda (Ver)

«Para darte una idea de otro aspecto de nuestra vida en la Casa de atrás, tendré que escribirte algo sobre nuestra provisión de alimentos. (Has de saber que los del piso de arriba son unos verdaderos golosos.) El pan nos lo proporciona un panadero muy amable, un conocido de Kleiman. No conseguimos tanto pan como en casa, naturalmente, pero nos alcanza. Los cupones de racionamiento también los compramos de forma clandestina. El precio aumenta continuamente; de 27 florines ha subido ya a 33. ¡Y eso sólo por una hoja de papel impresa!
Para tener más víveres no perecederos, aparte de los cien botes de comida que tenemos, hemos comprado 13 kilos de legumbres. Esto no es para nosotros solos; una parte es para los de la oficina. Los sacos de legumbres estaban colgados con ganchos en el pasillo que hay detrás de la puerta-armario. Algunas costuras de los sacos se abrieron debido al gran peso. Decidimos que era mejor llevar nuestras provisiones de invierno al desván, y encomendamos la tarea a Peter. Cuando cinco de los seis sacos ya se encontraban arriba sanos y salvos y Peter estaba subiendo el sexto, la costura de debajo se soltó y una lluvia,
mejor dicho un granizo, de judías pintas voló por el aire y rodó por la escalera. En el saco había unos 25 kilos, de modo que fue un ruido infernal. Abajo pensaron que se les venía el viejo edifico encima. Peter se asustó un momento, pero soltó una carcajada cuando me vio al pie de la escalera como una especie de isla en medio de un mar de judías, que me llegaba hasta los tobillos. En seguida nos pusimos a recogerlas, pero las judías son tan pequeñas y resbaladizas que se meten en todos los rincones y grietas posibles e imposibles. Cada vez que ahora alguien sube la escalera, se agacha para recoger un puñado de judías, que seguidamente entrega a la señora Van Daan».

miércoles, 23 de marzo de 2011

Banquetes de guerra

¿Cómo se relacionan los soldados con la comida
en Irak o Afganistán?


Lorena Bou Linhares
Especial desde Barcelona, España,
para Textos en su tinta

Cuando un mandatario visita las tropas de su país desplegadas en zonas de combate suele desayunar o almorzar en el comedor de una base militar. Comer es menos arriesgado que patrullar carreteras o disparar contra el enemigo, pero es también una actitud campechana que reduce (aunque sea por unas horas) las comodidades de las que goza el Presidente.

El primer ministro David Cameron desayunando en la base militar Camp Bastion, en la provincia de Helmand, Afganistán (julio 2010)

El viaje relámpago de los jefes de Estado, llámese Cameron, Obama o Zapatero, deja en el camino una pregunta: ¿cómo se relacionan los soldados con la comida, sobre todo los que combaten en Irak o Afganistán? Leyendo El Club de Lectura de los Oficiales Novatos, de Patrick Hennessey, ex teniente de los granaderos del ejército británico, descubrí que las tropas desplegadas en el extranjero no siempre disfrutan de lo que comen en sus bases militares, y suelen envidiar el menú de los otros ejércitos de la zona. En la narración de Hennessey, centrada en el testimonio de la guerra y las horas de ocio de los soldados, se cuelan al menos tres tradiciones culinarias: la británica, la estadounidense y la afgana.
Los comedores de los norteamericanos, donde se sirven alitas de pollo picante pero también langosta, reciben los mejores calificativos, sobre todo cuando abundan los donuts, los M&M, las cookies y el Gatorade. En completa desventaja se muestran los propios militares británicos, que disfrutan atiborrándose de gomitas Haribo, queso Stilton, torta Selva Negra y nuggets, pero que sufren desayunando papas con cebolla y alubias, o almorzando siempre lo mismo: estofado de Lancashire. Finalmente, y lejos del rigor de las tropas extranjeras, se encuentran los soldados afganos, fieles a sus costumbres gastronómicas incluso en medio del combate: ni dejan de beber té a lo largo del día ni renuncian al ayuno de Ramadán. Pero semejante indisciplina en el ámbito castrense tiene su revés en la hospitalidad que caracteriza a los afganos, y cuya principal forma de expresarse es la invitación a saborear variedad de frutas y platos:

Primera cita: “Apoltronado en la sala del cuartel general del ENA [Ejército Nacional Afgano] una tarde apacible, me cuentan que las granadas (comestibles) de Kandahar son las mejores del mundo… Ir arrancando las refrescantes semillas mientras hablamos de sacar las armas pesadas es uno de los mejores hallazgos gastronómicos desde que probamos por primera vez las toot-toot [moras] durante la operación Silicon”.

Segunda cita: “Regreso por el ‘corredor de la muerte’ tras una opípara cena de Ramadán con los afganos, un auténtico festín no sólo de los acostumbrados pilau, naan y ghosht, sino también de tomate, cebolla, berenjena, calabacín, dulce de leche, sandía y granada. Es la vez que mejor he comido en meses…”.


Patrick Hennessey (centro) en la cena de Ramadán del Ejército Nacional Afgano en la base Inkerman, Afganistán (septiembre 2007)

Por desgracia, el lugar donde comparten alimentos (y “raciones extras de balas”) es zona de guerra, y la muerte también se apropia de los sabores y olores de la cocina:

Tercera cita: “Hoy ocho talibanes muertos; lo celebramos con una estupenda lata de salchichas frankfurt”.

Última cita: “Hago intentos de sustraerme a todo esto mientras controlamos la zona, pero no hay quien eluda la visión de esas piernas, una a cada lado de la carretera separadas una treintena de metros, única prueba tangible de lo que queda del puto terrorista, aparte del repugnante olor dulzón a barbacoa y heces…”.

Patrick Hennessey,
El Club de Lectura de los Oficiales Novatos,
Los Libros del Lince, Barcelona, 2011, 288 págs.