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miércoles, 25 de junio de 2014

Restaurante Alto crece y abre ALTO BAR


Un GASTROBAR 
es la nueva propuesta del chef CARLOS GARCÍA



Esta mañana estuve en el Restaurante Alto para entrevistar a Carlos García. Fuí por datos para mi nueva página en la Revista Clímax. Y me traje una buena nueva: en poquísimas semanas el chef abrirá Alto Bar en el centro comercial Altamira Village (avenida Luis Roche con 5ta transversal de Altamira).
El gastrobar tendrá la impronta de Alto —que ocupa el puesto 25 entre los 50 Mejores Restaurantes de América Latina— pero buscando un público joven y un ambiente distendido donde prevalecerán música y tragos. El Dj del local es aún un secreto.
Alto Bar contará con barra, varias mesas, un mesón para que diez conocidos o desconocidos compartan, terraza y un acogedor ático que podrá alquilarse para fiestas privadas. La ambientación es una propuesta del mismo arquitecto y diseñador de interiores de Alto, Alejandro Barrios Carrero, reconocido el año pasado por la Fundación James Beard con el Premio al Mejor diseño interior de restaurantes —el llamado “Oscar” de la industria gastronómica en Estados Unidos— por Juvia, ubicado en Miami.
Alto Bar servirá coctelería tradicional y de creación propia, así como las cervezas artesanales especialmente confeccionadas para Alto por Pisse des Gottes y Corsaria. Habrá raciones para picar, platillos para compartir y un postre cada día. García asoma picones de lo que podrá degustarse en su reino aún en obras: el tradicional sanduchon venezolano, fritangas de alto vuelo (tequeños, empanadas) y arroces.
El chef insiste en la palabra “compartir”. Desea que su gastrobar sea lugar para compartir mesa, platillos e instantes de goce.
Por lo pronto el plan es abrir puertas sin fuegos artificiales. Los días terminarán de perfilar este sueño de Carlos García, digno de admiración en tiempos en los que muchos cierran locales y otros cierran los ojos.

viernes, 17 de agosto de 2012

¿Y si no existieran restaurantes?


El indeseado hervidero de un restaurante
©Jacqueline Goldberg



Retrato de Suzanne Valadon, de Toulouse-Lautrec



“Las salidas a comer tienen una larga historia.
Había ya tabernas en el año 1700 a. J.C.
Se han encontrado pruebas de la existencia
de un comedor público en Egipto en el año 512 a. J.C.
que tenían un menú limitado,
solo servían un plato preparado
con cereales, aves salvajes y cebolla”.

A veces me pregunto
cuán inapropiado es salir a comer,
cuán invasivo un restaurante.

Se pretende ejercer uno de los actos más íntimos del cuerpo
en medio de un montón de desconocidos.

Al comer hacemos ruidos,
provoca abrir la boca más de la cuenta,
pasarse la lengua por los dientes,
eructar a placer,
no limpiarse compulsivamente las comisuras,
desamarrar incluso una flatulencia.

Y estás en un escenario que exige modales,
bajar la voz para que los comensales de la mesa de al lado
no se enteren de tu vida.

Ir a un restaurante implica una socialización
no siempre deseada.

No por nada hay comederos con salas privadas,
recodos oscuros, cortinas,
ausencia de mesoneros.
Restaurantes donde se come con los ojos vendados.

Con los siglos algunos van siendo más sociales,
otros nos hacemos ermitaños
y entre nuestros sueños ocurre
un restaurante de soledades,
donde el cuerpo se exprese a su antojo,
quizá tal como lo hace en el hogar
o en la intimidad de un baño.

¿Escatología?

Finalmente comer e ir al baño son placeres
que no admiten público,
si acaso espejos para mirarse más allá.

¿Llegará ese restaurante
donde ninguna palabra medie
entre nombrar manjares y comer,
donde nadie mire, escuche ni proponga?
¿Un restaurante,
sin gramáticas ni cobijos?
¿El restaurante del absoluto vacío?

Yo misma nada sé.
Se trata de un salvaje anhelo.

sábado, 28 de mayo de 2011

Expropian estacionamiento de un restaurante en Caracas

La indignación también cabe


En lo que va de año, el presidente venezolano Hugo Chávez Frías, ha ordenado la expropiación de 78 inmuebles, 44 de los cuales aparecen en la Gaceta Oficial número 39.682, publicada ayer.
Entre lo hurtado a mansalva —aquí no valen términos legales— se encuentra el estacionamiento del La Huerta, restaurante español con treinta años de tradición, de los mejores de Caracas, propiedad de los hermanos Gumersindo y Reinaldo Romano que saben de gastronomía y han puesto el alma a un local de tradición que posee, además, una de las bodegas más importantes de la ciudad.
La indignación nos arropa. Me arropa. Este no es un blog de noticias ni denuncias, pero no puedo dejar pasar por alto las inmundicias entre las que vivo. En mi país, la gastronomía no sólo es asunto de placer, también de agobios políticos. Y en el caso del restaurante La Huerta de una humillación superlativa que siembra precedentes para la expropiación de cualquier terreno, cualquier tajo de nosotros mismos.
Ayer —mientras militares mantenían el estacionamiento cerrado y se paseaban orondos por él, con su pequeño y barato triunfo— los empleados del restaurante, que son más de sesenta, sacaron a la calle mesas, sillas y paelleras y se mantuvieron protestando por la injustificada medida.
"La milicia llegó el jueves a la 1 pm y se apoderó del estacionamiento (400 Mt2), propiedad privada que compramos en 2004. El Estado nunca negoció los terrenos, los expropió sin pagar. Les ofrecimos colaborar con materiales para los damnificados y se negaron", señaló Egidio Romano.
Venezuela está llena de terrenos baldíos, edificaciones subutilizadas por el propio Gobierno y se empeñan justamente en el estacionamiento de un restaurante donde dicen que alojarán a damnificados de las lluvias del año pasado. Sin estacionamiento, por la zona donde se encuentra, el restaurante tendrá como destino seguro su cierre.
De lo que se trata esto y todo lo que ocurre en el país es de humillarnos.

Bodega de La Huerta

Sobre el Restaurante La Huerta
•Los Romano /Adriana Gibbs (Ver)
•El cordero llegó a La Huerta / Gulliana Chiape (Ver)

domingo, 8 de mayo de 2011

¡Odio comer en la cama!

Incluso en el Día de las Madres

Obra de Fernando Botero

Soy la Grinch del Día de las Madres. Detesto el sábado previo, de centros comerciales abarrotados y tráfico enloquecido. No soporto la obligación de dar regalos, salir a comer con la suegra y creer que es un día especial. Ya sabemos aquello de que el Día de la madre son todos los días y blablabla…
Tampoco me hace gracia eso de que me lleven el desayuno a la cama. ¿Quién habrá inventado semejante insensatez? Supongo que los romanos, que adoraban comer acostados.

En el Día de la Madre te sorprenden con el desayuno y no hay forma de levantarse a hacer pipí. Luego está el ejercicio de equilibrista requerido para que la bandeja amorosamente preparada no termine en el suelo o regada sobre las sábanas. También es importante pensar en el dolor lumbar que a ciertas edades produce el mucho rato sentada con las piernas estiradas, toda una calamidad para la circulación. Los médicos recomiendan a los insomnes como “higiene del sueño”, huir de la cama para cualquier cosa que no sea dormir o hacer el amor: nada de comer o ver televisión o leer en ella.
Comer en la cama parece tan insufrible como agradable. Por un lado se inventan artefactos para amortiguar los percances, y por otro se ponen de moda los restaurantes con camas protagonistas. Entre gustos y colores…
Comer en la cama me parece asunto de enfermedad y hospitales. Yo prefiero levantarme y hallar una mesa bien servida.

Esta colcha o sobrecama está hecha en una tela impermeable
y tiene incorporado un práctico babero. Los colores dan la idea de un picnic.


Este Buddah Bowl es una manera fácil y cómoda de comer cereales en la cama.
Su asa en la parte inferior permite tomarlo fácilmente
y es apta para microondas y lavaplatos.


En Amsterdam —con sucursales en otras metrópolis—
está el Bed Supper Club, un restaurante donde la gracia
es comer en una cama y sobre una badeja.


Duvet, es un restaurant en New York con treinta camas
que hacen las veces de asientos.
A los clientes se les ofrecen unas pantuflas del local al ingresar al mismo.
Duvet se especializa en comida fusión americana,
y es utilizado también para fiestas privadas.

Si pese a todo comer en la cama brinda a alguien placer, en materia de bandejas hay variedad:





Para quienes hacen de la comida y la cama un rito inseparable, hay otras mullidas opciones:


martes, 26 de abril de 2011

Takeshi Nagahama de vuelta a Japón

El chef retoma su sueño,
aún después de la tragedia


Foto: Fernando Bracho

El 18 de marzo pasado el chef Takeshi Nagahama anunciaba en su Blog que había trabajado su último día en el restaurante que lo condujo de Venezuela a Nueva Zelanda. El 27 partió, como eran sus planes, hacia Japón, pese al terremoto y la devastación que arropaba a su país natal y que le sembraban enorme preocupación sobre todo por la contaminación de las aguas y los vegetales. Tenía tres años sin pisar suelo patrio y lo esperaba un desastre, pero también una infinidad de oportunidades que, acostumbrado como está a los rotundos cambios, no va a desaprovechar.
Desde Nagoya-shi, Aichi —la cuarta ciudad más grande de Japón, en la costa del Pacífico—, especialmente para este Blog, Nagahama nos comenta: “Al principio no pude entender cómo y porqué pasó este desastre. Sólo llorar y rezar, buscar algo que pudiera hacer para ellos. Pero al final llegué a la conclusión de que cada uno debe hacer lo que pueda sin cambiar su manera de ser, y eso es de gran ayuda para levantar de nuevo este país. La realidad es mucho más difícil que lo que muestran las noticias, es difícil recuperar todo lo que habíamos tenido, tendremos que pensar a crear totalmente un nuevo proyecto. Estábamos llenos de egoísmo y avaricia, y siempre la vida nos guía al camino correcto, a veces con un golpe duro. Lo bueno que veo es que la gente, sobre todo los jóvenes, empiezan a pensar en otros con el cariño que por mucho tiempo habían olvidado. Se ven más amables, más unidos, hay más colaboración, más armonía, aunque se necesite tiempo, pero seguramente este desastre es un punto de cambio positivo para nosotros. A pesar de todo, me siento tranquilo porque estoy en mi país”.
Cuando le pregunté sobre sus planes inmediatos, escribió en broma que quisiera tomar un avión de vuelta a Venezuela. Pero comentó: “De momento quisiera revisar las comidas regionales de Japón, sobre todo la de la parte suroeste para profundizar más en mi origen japonés. La comida japonesa es muy amplia y profunda, así que mientras pueda absorber algo seguiré intentando cocinar mejor. Donde sea, quiero cocinar a mi manera y más relajado, disfrutando con el equipo y con los clientes. Y prepararme más para el momento de volver algún día a Suramérica, donde sigo deseando vivir de nuevo”.

Señor de los cambios
Para Takeshi Nagahama esto de brincar de un mundo a otro no es novedad. Quienes tuvimos la suerte de probar las delicias de su restaurante Papiro —ubicado en la Estancia San Francisco, vía Páramo La Culata, en Mérida— sabíamos que por su altísima calidad aquello no duraría demasiado. El chef venía de una historia de cambios, viajes, grandes y galardonados restaurantes y sobre todo deseos de volver a Tokio, la ciudad con más Estrellas Michellin del mundo. De hecho, su último trabajo en tierra natal, antes de mudarse a la plácida Mérida, fue en el restaurante Sant Pau de Tokio, de la celebérrima chef catalana Carme Ruscalleda, que obtuvo dos —aún las mantiene— de las 191 Estrellas Michelin que en el 2007 la multinacional francesa otorgaba por primera vez en Japón.
Nacido en 1970, en su haber están pasantías y trabajos en restaurantes españoles que hacen gala de los asteriscos de la llamada Biblia culinaria: en 1999 estuvo en el restaurante Cuina de Can Pipes, en Cataluña (una estrella) y en el Hofmann de Barcelona (una estrella); en el 2000 anduvo por el Toñi Vicente de Santiago de Compostela (una estrella) y El Raco de Can Fabes de Barcelona (tres estrellas); en el 2003 cocinó en el Abac en Barcelona (una estrella); y en el 2004 en el Sant Pau de Cataluña (tres estrellas).
A Venezuela vino a dar, literalmente, por amor. Nació en Nagoya, estudió Ingeniería agronómica en la Universidad de Hokkaido, la segunda mayor isla nipona. Al graduarse en 1994 se mudó a Tokio para trabajar en un laboratorio de esencias, perfumes y condimentos. Luego, en 1996, obstinado de la rutina, se alistó como voluntario en un programa del Cuerpo de Paz de los Estados Unidos, que lo condujo a Ecuador, donde decidió que sería cocinero el resto de su vida. Volvió una vez más a Japón, conoció allí a una merideña que lo impactó y se casaron en España, a donde Takeshi fue a estudiar en la Escuela Hoffman de Barcelona. En adelante, hizo varias pasantías, una de ellas con el fallecido Santi Santamaría, con quien se quedó trabajando y que mucho influyó en él.
En España comenzó trabajando en Abac y luego en la mantequería Can Ravell, considerado el mejor delicatessen de España —allí conoció a su hoy compadre, el chef venezolano Carlos García—. La situación económica y la llegada del primer hijo hizo pensar en la vuelta a Japón. Había oído que Carmen Ruscalleda estaba montando su restaurante en Tokio y allí fue a parar. “No fue fácil. El trabajo era muy arduo y se me hizo complicado meterme otra vez en la sociedad japonesa. Casi no veía a mi familia. Los japoneses me trataban como extranjero y los españoles que mandó Ruscallleda me tomaban por japonés. Yo estaba muy perdido… y me preguntaba ¿qué soy? Y me respondí: yo soy yo”.

Con su compadre, el chef Carlos García

Sentado frente a Santi Santamaría,
cuando el difunto chef catalán visitó Venezuela en 2007

La familia Nagahama apostó por Venezuela. Llegaron directo a Mérida. Él lo quiso así, no se veía en el agobio caraqueño. El chef comenzó en el Hotel Belensate en el 2004 y más tarde mudó sus fogones a El Laurel, en el EcoWild. Ya con un nombre, un estilo y fieles comensales, pasó en febrero del 2007 a la cocina de la Estancia San Francisco. Y cuando creímos que se quedaría en Venezuela, que envejecería aquí, decidió soltar amarras e irse a Nueva Zelanda, donde los vientos volvieron a llevarlo a Japón. ¿Y luego? Con Nagahama nunca se sabe.
Para finalizar la entrevista, le pregunto qué extraña de Venezuela. Y sin aspavientos responde: “El cariño de la gente, los amigos. Aunque es difícil de vivir allá por muchas razones, la amistad que pude tener con la gente y su cariño son inolvidables. A veces recibo una llamada sorpresa desde Venezuela, quizá me llaman más mis amigos de allá que mis amigos japoneses”.
Insisto en indagar sobre qué producto se hubiese llevado de Venezuela. Y dice extrañar el ron y el chocolate criollo, pero confiesa que se llevó Mi cocina, el libro que el propio Armando Scannone le regaló y con el cual dice haber cargado con el secreto de la gastronomía venezolana. “Muchas cosas lindas tengo grabadas en mi corazón que no pude traer”, sentencia desde su tierra, mientras nosotros tanto lo extrañamos.

Muchos de los datos de este trabajo
formaron parte del dossier de la Revista Papa y Vino,
cuya portada es del fotógrafo Fernando Bracho.

domingo, 24 de abril de 2011

El adiós del restaurante Yantar

Tatiana Mora y Enrique Limardo:
El armonioso maridaje de YANTAR


Nos enteramos consternados de la desaparición del restaurante Yantar que por años dio gusto a la gastronomía capitalina venezolana con una cocina de fusión, atrevida y armoniosa. “El cierre de Yantar deja una herida más en la ciudad”, señala con absoluta razón Vladimir Viloria en su artículo del diario El Universal (VER) y nos hace pensar en crisis que creíamos lejanas, en restaurantes que no logran superar su natural estatus de negocio y que ahuyenta todo intento de fundar tradiciones restauradoras.
Lo que sigue es un reportaje que hice hace cuatro años para la Revista Papa y Vino —también desaparecida, como librerías y tantos sitios en Venezuela— sobre Yantar y sus chefs Tatiana Mora y Enrique Limardo, a quienes hago llegar un abrazo solidario, deseándole buenos rumbos.

“Yantar”, preciosa palabra. Raro que nadie la hubiese usado antes para dar nombre a un restaurante en Caracas. Es perfecta, seductora, de memoriosas resonancias. El Diccionario de la Real Academia Española remite a su uso antiguo de “comer a mediodía”, a la vez que al pago que se hacía al poseedor de una finca y que consistía “en medio pan y una escudilla de habas o lentejas”. A Tatiana Mora y Enrique Limardo les encantó para su nuevo recodo de la Cuadra Gastronómica, en los Palos Grandes, por las tantas veces que Don Quijote de la Mancha dice altivo “y, por agora, tráiganme de yantar…”. La propuesta de los esposos Limardo viene a cuento porque, además, el suyo es un restaurante de francos aires ibéricos, que combina una cocina catalana de vanguardia con elementos de sofisticada sazón venezolana. El menú es una auténtica fusión de continentes, caracteres, pasiones, saberes y sabores. Un matrimonio, pues.

(Foto: Ricar2 /gpCaracas)

Él: aprender hasta el fin
Enrique Limardo debe su vena cocineril a la abuela, artífice de platillos mantuanos tradicionales. Nació en Caracas en 1975, comenzó a estudiar arquitectura pensando que la cocina no requería formación. Pero los fogones se impusieron. En 1996 tuvo la oportunidad de hacer una pasantía en el restaurante Mostaza, entonces comandado por Elio Scanu, quien le dijo “si realmente te gusta la cocina necesitas ir a Europa a aprender lo que es el oficio”. Siguiendo a pies juntillas la conseja de Scanu —hoy chef ejecutivo del exclusivo Snowbasin Resort en Utha— inició una pesquisa por Internet que lo llevó a la escuela de Luís Irizar, en San Sebastián, País Vasco.
Sólo estudiando con Irizar, maestro de maestros, entendió que necesitaba aprender mucho más para alcanzar la excelencia. Decidió entonces apostar por las aulas de postgrado de la Escuela Universitaria de Hostelería y Turismo de Sant Pol de Mar, donde lo aguardaban Tatiana Mora y el irrefrenable flechazo amoroso. Antes había pasado por las cocinas de varios hoteles en Malgrat de Mar y por Rúcula, el restaurante de Joan Piqué.
Una vez graduado volvió a los fogones de Piqué como jefe de la estación de pescados. Pero inquieto como es, sintió que necesitaba algo más sofisticado y se fue por seis meses con Xavier Pellicer al célebre Ábac, luego siete meses al Racó d’en Freixa de Ramón Freixa y más tarde un año y medio a Gaig, el restaurante de Carlos Gaig.
“En Gaig fui jefe de estación. Pero me llamó de nuevo Piqué para que fuera su segundo en el restaurante que abriría en el hotel Mas de Torrent en Girona, un Raelais Chateux ultra lujoso. Con él estuve casi dos años, fue una oportunidad y una gran experiencia. En ese momento ya mi relación con Tatiana era formal e íbamos a casarnos. Pero antes de volver a Venezuela quise hacer una última pasantía y estuve seis meses con Joan Rocca en El Celler de Can Roca, dos estrellas Michellin. Fue una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. Rocca fue quien más influyó la cocina que hago en Yantar”.
En adelante la historia de Limardo estaría unida a la de Tatiana Mora. Y ahora, en Yantar, a la de un oficio que comienza a dar frutos: “Pasé mucho tiempo estudiando y trabajando de a gratis, pero eso me enseñó que este oficio es una manera de vivir y que tienes que estar preparado, porque se trata de un arte. Tienes que tener conocimientos muy vastos. Yo todos los días me meto en Internet, investigo, soy un enfermo de los libros”.

(Foto: Ricar2 /gpCaracas)

Ella: los pasos de la certeza
Tatiana Mora comenzó como lo han hecho los grandes cocineros del mundo: estudiando en un hotel escuela. Nacida en Mérida en 1975, quedo huérfana de madre con solo diez años, por la que debió asumir los fogones del hogar. A los doce, con ayuda de su abuela y los libros de Armando Scannone hacía ya pastichos y polentas de pollo.
Gracias a convenios del Instituto Universitario Hotel Escuela de los Andes hizo sus primeras pasantías en el hotel Polynesian, en el corazón de Walt Disney World en Florida y luego en el Hotel Escuela Santo Domingo de Málaga, España. Su padre, siempre solidario —y visionario— apoyó la inclinación de la joven y la aupó a seguir estudios fuera del país. Fue él quien halló en Internet la Escuela de Sant Pol de Mar.
Ya en España, en una clase con Ferran Adriá, se dijo “yo necesito ir a trabajar con ese señor”. Y el archiconocido señor le sugirió que aplicara para una pasantía a través de su página web. Lo hizo y justo cuando estaba entregando su tesis apareció un correo invitándola a hacer prácticas en El Bulli.
“Era muy duro trabajar allí, mucho más que en Disney. Entraba a las once de la mañana y salía a la una de la madrugada. No me pagaban porque solo podían subsidiar a diez pasantes. Nos daban comida y parte del transporte. En ese momento mi papá me dijo te quiero mucho pero se acabó la beca, busca trabajo. Yo llevaba apenas tres meses en El Bulli, hablé con Adriá y él lo único que pudo ofrecerme fue que me quedara en la casa donde dormían todos los chef: diez hombres. Fui a ver el lugar, era un desastre. No pude seguir”.
De regreso a Barcelona buscó trabajo con Joan Piqué en Rúcula, después cocinó en el Gais por año y medio hasta que Piqué le pidió que lo acompañara en su prometedor proyecto restaurador en el hotel Mas de Torrent, donde trabajó por vez primera junto a su novio.
La próxima escala sería Venezuela. “Mi papá no sabía que yo estaba con Enrique, le tuve que contar y me dijo te vienes y te casas en diciembre, no hay más prórroga. Y bueno, nos devolvimos y nos casamos en Mérida en el 2002”.

Portada Revista Papa y Vino
(Foto: Eduardo Arévalo)

Una historia a cuatro manos
Enero del 2003 no era el mejor momento para iniciar negocio propio en Venezuela. Los ya entonces esposos Limardo anhelaron otros rumbos. Fueron a la isla de Barbados, trabajaron nueve meses con el chef inglés Paul Owens en el restaurante The Cliffs, uno de los más renombrados del Caribe.
Tras otro fallido intento de acomodarse en Venezuela partieron hacia el hotel Bahía Principe de Cancún, un complejo de 2.500 habitaciones donde ambos fueron subchef ejecutivos. “Era agotador. Una experiencia, pero no para toda la vida”, cuentan casi a dúo.
Y como dicen que a la tercera va la vencida, volvieron a Caracas para montar, contra viento y marea, Páprika, un pequeño restaurante en la urbanización Lomas de la Lagunita. Si bien la pareja comenzaba a dar de qué hablar en la comarca gastronómica, tuvieron que cerrar el local, demasiado restringido al público de la lejana zona capitalina.
Con renovados ímpetus, buscando y buscando, apareció el acogedor espacio de Los Palos Grandes donde fundaron Yantar, que con apenas unos meses de inaugurado se ha convertido en favorito de gourmets e incluso ámbito de encuentros de la Academia Venezolana de Gastronomía.
“En Yantar hay mucho diálogo entre la cocina venezolana y la catalana”, apunta Enrique Limardo. “Es una conversación interminable, muy bonita, de intercambio de productos. Sustituimos ingredientes catalanes, como el piñón, por el merey, y funciona muy bien, dando ese toque que uno quiere, porque no somos catalanes sino venezolanos. Lo importante es que somos amantes de la calidad del producto. Nuestros platos son muy probados, reflexionados, buscamos el porqué de la integración”.
Siempre se rumora que la cocina de un restaurante es un hervidero de egos y adrenalina. Los Limardo parecen haber hallado la fórmula de la armonía. “En momentos de mucha presión siempre hay respeto mutuo. Lo positivo de cocinar juntos es que estamos juntos todo el tiempo. Somos un complemento. Nuestra relación comenzó en la cocina, por eso nos sentimos como en casa”, dice ella.
“Hemos querido hacer de Yantar una familia. Nos dividimos ciertas tareas y nos sustituimos para que ninguno sienta que está haciendo siempre lo mismo. Nos llevamos muy bien. Claro, hay momentos…como en todo, pues”, remata él.

© Jacqueline Goldberg
Publicado en Revista Papa & Vino, No 10/ 2007

jueves, 21 de abril de 2011

Pozo Suruapo

La gran opción a unos pasos de Caracas

Pozo Suruapo (ver su PAGINA), un oasis enclavado en los frescos montes de San José de Los Altos —en la Zona Protectora del Área Metropolitana de Caracas, a 1050 metros sobre el nivel del mar— abrió hace ocho años. He ido cuatro veces ya y no sé por qué nunca escribí sobre ello. Y ha llegado la hora, cuando uno repite tanto es porque la seducción ha sido definitiva. Ello se resume en magnífica parrilla uruguaya acompañada por otras muchas delicias con toques criollos, insuperable atención, estupenda relación precio-calidad y un contexto que tiene la extraña capacidad de regalarnos energía, verdor y descanso. Uno retorna a Caracas sintiendo que ha hecho un viaje magnífico, que no hay lejura necesaria para volver a uno y reconciliarse con el mundo.


Pozo Suruapo se ha ido haciendo de a poquito. Y lo sé yo que con cada visita veo algo nuevo y percibo el cariño con que sus dueños, Germán Cabrera y Natacha De León, van forjando ese enclave de tranquilidad y buena comida. Las esculturas de Germán muestran por doquier su maestro dominio de los metales —es artista y profesor—, mientras Natacha —ingeniero químico ambientalista—, hace que uno se sienta en casa, siempre sonreída, dispuesta a complacer. Esta vez hallé que venden piezas de sus bonitas vajillas y matas para sembrar en casa. Y si uno insiste un poco y tienen en existencia, venden su pan integral recién horneado, el mejor que he comido en años.













En varias terraza con caneyes de rústica elegancia se encuentran mesas muy bien servidas para un máximo de 60 personas, con vajilla de cerámica hecha especialmente para el restaurante. De la parrilla saltan directo a la mesa chorizos, morcilla con salsa de parchita, pollo y mucha carne al gusto. No es en vano la advertencia de no llenarse con las entradas, las arepitas con ají dulce y el queso, pues pocos llegan al final para dar lugar merecido a la carne. La jornada es bañada con bebidas de preferencia, vinos que ofrece la casa o los que uno quiera llevar, con pago mínimo por el descorche. Siempre la poza entona cantos relajantes que Germán armoniza con mucha música brasileña.
Quizá una de las cosas más deliciosas del lugar, por lo que de raro y pecaminoso parece tener, es la posibilidad de comer y de inmediato dormir una larga siesta en la terraza de hamacas, arrullada por el vasto silencio de esos valles mágicos llenos de rutas por las que pasear y donde se dice murió el cacique Guaicaipuro a finales del siglo XVI.

Allí nadie apremia. La idea es llegar hacia el final de la mañana y quedarse hasta las seis de la tarde. Es un paseo de todo el día, de regresar a no hacer ni comer nada mas. Y quienes le tienen miedo a los caminos y los carros pequeños, pueden pedir información sobre transporte. No hay excusa para no llegar. Son apenas 30 minutos desde Caracas.
Lo que diga es poco. Adoro Pozo Suruapo. Sueño con quedarme en una de las preciosas cabañas que alquilan para fines de semana. Siempre hay que llamar y reservar, por si acaso. Y aunque el lugar está full, no hay manera de sentirse amontonado. La naturaleza está por doquier.

contacto@pozosuruapo.com.ve
Tlf: 0414-3323988; 0416-8012991; 0212-3772066


Las esculturas de Germán Cabrera
en Pozo Suruapo











jueves, 7 de abril de 2011

Hollywood prepara una película sobre El Bulli

El personaje será, claro, Ferran Adrià



Así es. Ferran Adrià, el mejor cocinero del mundo y el hombre que cambió la forma de entender el arte culinario, ha revelado en la presentación de un libro en Nueva York que el productor Jeff Kleeman (Titanic), está preparando una película sobre su restaurante.
El film será una adaptación de ese libro, A season in the kitchen at Ferran Adrià's El Bulli. The Sorcerer's apprentice; libro que ha escrito la periodista Lisa Abend después de pasar seis intensos meses compartiendo su vida con el cocinero y sus empleados.
La alianza entre Adrià y Kleeman parece definitiva, y el cocinero ha dicho que el productor se enamoró del restaurante y que incluso aprendió catalán para mandarle mails y convecerle de hacer el film, que se hará.
La idea es centrarlo en los últimos meses de vida del restaurante (cierra en breve) y durante su reapertura como fundación.
Kleeman ha asegurado que la película no será un documental, sino un largo de ficción. No sabemos si aparecerá Adrià entre fogones y experimentos culinarios, pero el chef ha asegurado que “no será una película sobre El Bulli, sino una película sobre gente que quiere a la comida”. Como parecido razonable con Adrià, proponemos a Billy Crystal.
Si todo va bien, el film se verá en 2014.

sábado, 19 de marzo de 2011

¿Hacer el amor en un restaurante?

Una cosa más
para antes de morir


Bajo el árbol el árbol de moras (Dinastía Ming)

El listín de cosas que hacer antes de morir crece día a día. Aquello que reza el proverbio chino de “sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro” ha sido superado por muchos y hay cosas más divertidas que sumar a otros lugares comunes como:

•Películas que ver antes de morir
•Libros que leer antes de morir
•Música que escuchar antes de morir

Ahora hay los "lugares para tener relaciones sexuales antes de morir”. Como habría de esperarse están el carro, el closet, la cama de tu mamá y algún sitio público. Y como también resulta lógico un restaurante habría de entrar en el goloso rosario, pues no hay ámbito donde se juegue más con la seducción, los sentidos y el sexo que en la mesa pública y privada.

Varios restaurantes
proponen experiencias eróticas:


Sub Rosa: restaurante exhibicionista
Situado en la ciudad estadounidense de Oregon, propone la desnudez absoluta y el libre albedrío tras la cena. Se entra por exclusiva invitación y el ciudadano de a pie debe conformarse con un restaurante virtual. VER


La Tentación: restaurante con carta erótica
Restaurante madrileño cuyos platillos tienen nombres eróticos y su postre es un show de altos bemoles sensuales. VER





Dungeon: local sadomasoquista
Ubicado en la hermosa ciudad de Jaffa, en las afueras de Tel Aviv, Dungeon (del inglés “calabozo”), recibe al comensal con una reina y sus respectivos latigazos. En la mesa los clientes son atados con esposas y los mesoneros están ataviados de cuero, cadenas y máscaras. Quien tiene cualquier queja sobre la comida o el servicio es encerrado en una jaula y colgado del techo. Se une a la propuesta mundial de los locales BDSM (bondage, domination y sadomasochism).


Escrúpulos: restaurante swinger
Como en las fiestas swinger se trata de un local porteño donde todos van contra todos. Al concluir la cena comienza el intercambio de sabores y comensales. VER


Te mataré Ramírez: restaurante afrodisiaco
Recodo del Palermo Soho de Buenos Aires que promete platos afrodisíacos de autor, teatro erótico, jazz y boss, cabaret, danza teatro, títeres pornográficos y arte plástico erótico. VER

También en el baño vale…

Mildred's Temple Kitchen, ubicado en Toronto, Canadá, brindó como oferta especial el pasado Día de San Valentín —sin el visto bueno del Departamento de salud de la ciudad, of course— la posibilidad de tener sexo en los baños del local, sin apremios, con cojines y certeza de higiene. Pero aseguran que no cambiarán su propuesta gastronómica, que su fuerte seguirá siendo lo que se sirve en las mesas.

"Desde siempre hemos tenido alguno que otro caso en que una pareja ha aprovechado nuestros cuartos de baño para hacer el amor, así que por qué no darles la oportunidad de demostrar su cariño y vivir una experiencia diferente el fin de semana de San Valentín", dijo Donna Dooher, copropietaria del local que ahora es catalogado como voyeurista y que permite a muchos cumplir la fantasía de hacer el amor en un lugar público.
"Estamos aquí porque amamos la comida, a las personas y los pequeños placeres de la vida", aseguró Dooher. "Nuestro templo es el lugar donde practicamos nuestra devoción". VER




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