Un vino brinda nuevo rostro a una pizza
Íbamos cansados. Hartos de una llovizna persistente. Hambrientos. Muy hambrientos. Queríamos cualquier cosa. Y se nos atravesó una pizzería. Entramos sin mayor expectativa. Se trataba de cumplir con la física necesidad de apagar el rugir de nuestros estómagos. El lugar era feo, estaba vacío. Todo pronosticaba un desastre.
Pedimos pizzas y pastas. Pero todo cambió de pronto cuando supimos que podíamos beber vino y no un refresco. Y un vino italiano bueno. ¡Cómo se transformó aquella cena con dos pequeñas botellas de Pinot Grigio, pese a los vasos plásticos!
Esa noche, en Nueva York, entendí lo que llaman la “pizza connection”, que hace que los vinos italianos reinen en el mercado estadounidense por encima de los franceses y españoles en sitios de variopinta categoría. Pero entendí, sobre todo, que cualquier comida rápida puede sufrir una rotunda metamorfosis con una copa de vino. Razón tienen algunos McDonald’s en España y Argentina al ofrecer caldos tintos.
¿Qué vino vendría bien a una arepa o unos tequeños?
Hay mucho camino que recorrer antes de que un comensal venezolano solicite vino en una arepera y no jugo de fruta o cerveza. Sin embargo, he visto en restaurantes especializados en pollo a la brasa mesas en las que beben vino. Es ya un adelanto.
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