El refinado dulzor del camacuto
Foto: cortesía de Historias de sobremesa
Lo llaman, no sin razón, la cigala venezolana. Y es que el camacuto es una delicia criolla poco conocida y raramente servida en restaurantes. También nombrada acamaya, camarón o langostino de río — Macrobrachium Carcinus es su apelación científica—, lo probé hace mucho en la vía de Clarines. Me supo a langosta, a cangrejo, a camarón, a langostino, a todo a la vez. Su carne es suave, dulzona, delicadísima. Un ejemplar puede llegar a pesar hasta medio kilo.
Seguramente antes sirvieron camacutos en otros restaurantes, pero como los desconozco, es ahora que puedo degustarlos durante la temporada de lluvia —entre junio y septiembre— en Amapola, grato recodo capitalino con buen servicio, variedad de vinos y otros platillos de cocina venezolana de alto vuelo.
Los camacutos son traídos directamente del tramo del río Unare que baña la zona de Zaraza, donde la pesca del crustáceo da sustento a muchos pobladores de esa región oriental del país.
La chef y dueña del Restaurante Amapola, Irina Pedrozo, sirve camacutos de dos maneras: en un sustancioso caldo y en una bien provista ensalada de rúgula, crotones y vinagreta de la casa, en la que los animalillos —cocidos en su justo punto— son cobijados por finas lonjas de jamón serrano.
Amapola
Primera Avenida de los Palos Grandes
Entre la 1ra y 2da Transversal
Edificio Oriental
Teléfono 2833680
@AmapolaRest
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