En Buenos Aires un café jamás está solo.
Llega a la mesa en bella taza,
siempre acompañado por una galleta casera,
un paquetico con alfajor o chocolate.
Y agua.
Nunca sirven el café sin un vasito de agua.
Y a través de esos pequeños detalles
uno se sumerge en el verdadero sentido de la hospitalidad.
Así viajan al alma los aromas y sabores
de un cortado, un mitad y mitad,
un café con crema,
y mi preferido, con lágrima.
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