El espectáculo, que se presenta los jueves a las 9 pm en Teatrex, en el para mí lejanísimo Centro Comercial Paseo El Hatillo, comienza con buen tono. Uno se relaja, se ríe. Claudio —que no es santo de mi devoción pero que reconozco ocurrente y grato— introduce temas políticos de actualidad y entra en el asunto gastronómico de a poco, con cuentos buenos aunque ya los habíamos escuchado en las presentaciones de los libros de Soria. Pero cuando uno ya tiene rato en la butaca y empieza de nuevo a pensar, la obra se desmorona. No pasa de una guachafita, una “mamadera de gallo” que con mucho esfuerzo llega a un final alargado a la fuerza, que apela a insólitos trucos de circo y llamadas de público al escenario.
El profesor Soria tenía rostro de estar pasando una gran vergüenza, la misma que menciona experimentar en embajadas y veladas acompañado por Nazoa y que terminan siendo el gran chiste de la noche. Soria es como es. Dice las cosas con gracia, finísima picardía. En el escenario es el mismo de las catas y el de su escritura. Casi tímido. Y no podía pedírsele más en un ámbito que no es el suyo, al que probablemente llegó por deseos de experimentación, por una insobornable amistad con Nazoa. O por eso que ahora parece ponerse de moda, llevar gente seria a espectáculos cómicos en busca de un supuesto contraste, tal como hicieron —quizá con más gracia— Laureano Márquez y Luís Vicente León en Y ahora qué.
Algunos de los problemas de Curaciones milagrosas están en su falta de dirección y de guión —¿o su guión mal armado?—; en el desperdiciado uso de recursos y temas que están tan a la mano en los libros del propio Soria; en la creencia de que una obra humorística es una sucesión de chistes, palabrotas y temas “políticamente incorrectos”. Aquí se olvidan ingredientes esenciales como la ironía, la suspicacia, la inteligencia y el respeto a un público que no siempre espera una sarta de lugares comunes. Se nota su premura por aparecer en cartelera, sus ganas de insertarse en la moda de las comedias ligeras, el nuevo negocio del teatro local en el que, por supuesto, hay grandes excepciones y que obedece a circunstancias de un país en el que todos —y más los actores y humoristas— hacemos lo que podemos.
Cuanto promete la publicidad de Teatrex hace aguas a los pocos minutos. Es que ni el título tiene relación con la obra: “Lo que parecía increíble ha sucedido para el disfrute del público venezolano: el profesor Alberto Soria y Claudio Nazoa, se han unido en un espectáculo en donde romperán paradigmas, permitiéndole al público darse cuenta de lo serio que puede ser el humor y lo cómico que puede ser la vida seria. Magia, buena mesa, secretos del whisky y la degustación por parte del público de un gran vino, serán parte de las sorpresas que encontraremos en Curaciones Milagrosas, un show que promete sanar cualquier enfermedad del alma por medio de la risa, el whisky, el vino y el huevo”.
Claudio Nazoa no dejó de repetir que la recompensa al fastidio propinado estaría al final, en la copa de vino chileno La Joya que nos sería obsequiada. Y ese final fue aún peor. Las copas no alcanzaron —y eso que la sala no estaba del todo llena— y terminaron sirviendo los caldos en los impepinables vasitos Selva, muy largos para tan calamitosa faena de casi medianoche. El Cabernet Sauvignon me dejó la punta de la lengua pelada y jamás había probado un Sauvignot Blanc en el que se apreciara con tal magnitud el “descriptor aromático” del orín de gato.
El muy respetado Simón Alberto Consalvi, también presente en la función de anoche, escribió esta mañana en su Twitter: “Una noche sensacional con “Curaciones Milagrosas”, con don Claudio Nazoa y el prof. Alberto Soria”. Pues discrepamos, le escribí.
Lástima, es una oportunidad desperdiciada, pudo haber sido una gran obra...
El profesor Soria tenía rostro de estar pasando una gran vergüenza, la misma que menciona experimentar en embajadas y veladas acompañado por Nazoa y que terminan siendo el gran chiste de la noche. Soria es como es. Dice las cosas con gracia, finísima picardía. En el escenario es el mismo de las catas y el de su escritura. Casi tímido. Y no podía pedírsele más en un ámbito que no es el suyo, al que probablemente llegó por deseos de experimentación, por una insobornable amistad con Nazoa. O por eso que ahora parece ponerse de moda, llevar gente seria a espectáculos cómicos en busca de un supuesto contraste, tal como hicieron —quizá con más gracia— Laureano Márquez y Luís Vicente León en Y ahora qué.
Algunos de los problemas de Curaciones milagrosas están en su falta de dirección y de guión —¿o su guión mal armado?—; en el desperdiciado uso de recursos y temas que están tan a la mano en los libros del propio Soria; en la creencia de que una obra humorística es una sucesión de chistes, palabrotas y temas “políticamente incorrectos”. Aquí se olvidan ingredientes esenciales como la ironía, la suspicacia, la inteligencia y el respeto a un público que no siempre espera una sarta de lugares comunes. Se nota su premura por aparecer en cartelera, sus ganas de insertarse en la moda de las comedias ligeras, el nuevo negocio del teatro local en el que, por supuesto, hay grandes excepciones y que obedece a circunstancias de un país en el que todos —y más los actores y humoristas— hacemos lo que podemos.
Cuanto promete la publicidad de Teatrex hace aguas a los pocos minutos. Es que ni el título tiene relación con la obra: “Lo que parecía increíble ha sucedido para el disfrute del público venezolano: el profesor Alberto Soria y Claudio Nazoa, se han unido en un espectáculo en donde romperán paradigmas, permitiéndole al público darse cuenta de lo serio que puede ser el humor y lo cómico que puede ser la vida seria. Magia, buena mesa, secretos del whisky y la degustación por parte del público de un gran vino, serán parte de las sorpresas que encontraremos en Curaciones Milagrosas, un show que promete sanar cualquier enfermedad del alma por medio de la risa, el whisky, el vino y el huevo”.
Claudio Nazoa no dejó de repetir que la recompensa al fastidio propinado estaría al final, en la copa de vino chileno La Joya que nos sería obsequiada. Y ese final fue aún peor. Las copas no alcanzaron —y eso que la sala no estaba del todo llena— y terminaron sirviendo los caldos en los impepinables vasitos Selva, muy largos para tan calamitosa faena de casi medianoche. El Cabernet Sauvignon me dejó la punta de la lengua pelada y jamás había probado un Sauvignot Blanc en el que se apreciara con tal magnitud el “descriptor aromático” del orín de gato.
El muy respetado Simón Alberto Consalvi, también presente en la función de anoche, escribió esta mañana en su Twitter: “Una noche sensacional con “Curaciones Milagrosas”, con don Claudio Nazoa y el prof. Alberto Soria”. Pues discrepamos, le escribí.
Lástima, es una oportunidad desperdiciada, pudo haber sido una gran obra...
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