Dado que lo primero que hemos hecho todos desde el día de nuestro nacimiento es comer, cualquiera se siente con derecho a escribir sobre tan consabida experiencia. Julian Barnes, aún siendo un gran escritor, no es la excepción. Su libro El perfeccionista en la cocina (Editorial Anagrana, España, 2006), se pasea por un caleidoscopio de experiencias que, según algunos lectores, pudo haberse guardado.
La visión de un cocinero tardío y aficionado, sazonadas con toques de humor, ironía y una escritura fluida, son los ingredientes básicos de este conjunto de dieciséis relatos. A ello se suman —no sin cierta gracia, reconozcámoslo— una mesa en la que están servidas obsesiones, angustias, hazañas culinarias, sinsabores, libros de recetas insufribles y una tradición culinaria británica que va dejando ver sus costuras cosmopolitas.
El libro viene guarnecido con ilustraciones, las que no dicen ni ayudan mucho si seguimos las consejas del propio autor: “Nunca compres un libro por sus ilustraciones. Nunca jamás señales una foto en un manual de cocina y digas: ‘Voy a hacer esto’. No puedes”.
El autor se hace preguntas que nos rondan a todos, pero a que a veces ocultamos por obvias: ¿cuánto es una pizca?, ¿cuánto pesa un pedazo?, ¿es lo mismo que un trozo?, ¿qué tamaño debe tener una cebolla mediana?, ¿de qué tamaño es un vaso de vino?, ¿qué diferencia hay entre una cuchara llena y una colmada?, ¿cómo pesar 20 gramos de yema de huevo?
Para Barnes –nacido en 1946– cocinar “consiste en apañarte con lo que tienes: infraestructura, ingredientes, nivel de competencia (…) Imagina cómo serían las cosas si se hiciera realidad tu cocina de ensueño. Lo que guises tendría que estar a la altura de la misma. Figúrate la tensión adicional que esto impondría". Si su escritura se fragua con semejante frialdad, no es pues de extrañar que los relatos de este libro no aporten buen sabor al final. Él mismo se adelanta a cualquier duda: “Es que en la cocina soy totalmente falto de imaginación. No tengo la confianza para improvisar y sigo paso a paso obsesivamente lo que dicen quienes saben más que yo. Para mí, la gran diferencia entre cocinar y escribir es justamente que en la cocina uno sigue las instrucciones de otros, mientras que al escribir uno se basa en su propia receta, esperando que nadie la copie y que sea completamente original, aunque esto último probablemente sea imposible".
Cabe tomar en cuenta si hay intensiones editoriales soterradas que quieran poner a circular al autor aún a costa de sus propias deficiencias. El título en inglés quizá asoma mejor la imagen que el escritor deja: The Pedant in the Kitchen, es decir, un “pedante en la cocina”.
“El perfeccionista en la cocina no se ocupa de si cocinar es una ciencia o un arte; se conforma con que sea una artesanía, como la carpintería o la soldadura casera. Tampoco es un cocinero competitivo. (...) Se contenta con cocinar alimentos sabrosos y nutritivos; sólo pretende no envenenar a sus amigos; sólo desea ampliar poco a poco su repertorio”, escribe Barnes.
El libro viene guarnecido con ilustraciones, las que no dicen ni ayudan mucho si seguimos las consejas del propio autor: “Nunca compres un libro por sus ilustraciones. Nunca jamás señales una foto en un manual de cocina y digas: ‘Voy a hacer esto’. No puedes”.
El autor se hace preguntas que nos rondan a todos, pero a que a veces ocultamos por obvias: ¿cuánto es una pizca?, ¿cuánto pesa un pedazo?, ¿es lo mismo que un trozo?, ¿qué tamaño debe tener una cebolla mediana?, ¿de qué tamaño es un vaso de vino?, ¿qué diferencia hay entre una cuchara llena y una colmada?, ¿cómo pesar 20 gramos de yema de huevo?
Para Barnes –nacido en 1946– cocinar “consiste en apañarte con lo que tienes: infraestructura, ingredientes, nivel de competencia (…) Imagina cómo serían las cosas si se hiciera realidad tu cocina de ensueño. Lo que guises tendría que estar a la altura de la misma. Figúrate la tensión adicional que esto impondría". Si su escritura se fragua con semejante frialdad, no es pues de extrañar que los relatos de este libro no aporten buen sabor al final. Él mismo se adelanta a cualquier duda: “Es que en la cocina soy totalmente falto de imaginación. No tengo la confianza para improvisar y sigo paso a paso obsesivamente lo que dicen quienes saben más que yo. Para mí, la gran diferencia entre cocinar y escribir es justamente que en la cocina uno sigue las instrucciones de otros, mientras que al escribir uno se basa en su propia receta, esperando que nadie la copie y que sea completamente original, aunque esto último probablemente sea imposible".
Cabe tomar en cuenta si hay intensiones editoriales soterradas que quieran poner a circular al autor aún a costa de sus propias deficiencias. El título en inglés quizá asoma mejor la imagen que el escritor deja: The Pedant in the Kitchen, es decir, un “pedante en la cocina”.
“El perfeccionista en la cocina no se ocupa de si cocinar es una ciencia o un arte; se conforma con que sea una artesanía, como la carpintería o la soldadura casera. Tampoco es un cocinero competitivo. (...) Se contenta con cocinar alimentos sabrosos y nutritivos; sólo pretende no envenenar a sus amigos; sólo desea ampliar poco a poco su repertorio”, escribe Barnes.
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