de Alejandro Oliveros
Valencia, 10 de octubre de 1995
Valencia, 10 de octubre de 1995
Estas son las últimas notas que escribo en este Diario sobre La montaña mágica. Comencé a escribirlas el 30 de julio. Me las llevé a Caracas, Puerto Colombia y Choroní. Ellas me llevaron a la no prevista lectura de varios textos de Georg Lukács y de la biografía excelente del pensador húngaro escrita por George Lichtein. La lectura de libros como el de Thomas Mann desbordan la experiencia estrechamente literaria. Se trata de un ejercicio o, tal vez, una aventura que se inscribe profundamente en lo existencial. Nos coloca “en situación”, nos lleva a medirnos frente a la vida. A recorrernos con la mirada en el espejo insoslayable que se encierra en las páginas de la novela. Allí podemos contemplarnos en lo vivido y en lo no vivido. Observamos, sacamos cuenta, hacemos un inventario de las decisiones que tomamos y de las que dejamos de tomar por miedo o indolencia. ¿Qué es lo que hemos hecho con la vida que se nos entregó en calidad de préstamo? ¿Con esas parcelas de viñas pinot o cabernet? ¿Hemos sacado todo el provecho que sea posible? ¿Laboramos en ella a diario, estuvimos pendientes, nos atrevimos a podar para concentrar los jugos, descartando cantidad de racimos para enriquecer el vino, o dejamos que las plantas produjeran al máximo para obtener mayores cantidades de un vino aguado y fácil, o, sencillamente, las descuidamos al extremo de ser tomadas por la hierba y la philoxera hasta hacerlas improductivas?
(Alejandro Oliveros. Diario literario 1995.
Caracas: Fundarte, 1996)
Foto: Vasco Szinetar
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