Si bien no me ha sido comunicado de forma oficial, es ya una suerte de noticia criminis la información —por lo que puedo repetirla, aún desconociendo si irán otros criollos— de que dos chefs venezolanos de alto vuelo serán los representantes de esta Tierra de Gracia en Madrid Fusión México 2011, evento que por segunda mezclará lo mejor de las voces culinarias mexicanas con Madrid Fusión, cumbre gastronómica especializada más importante del mundo, punto de encuentro y reflexión entre chefs, que se ha llevado a cabo en la capital española anualmente desde 2003.
Este año el evento mexicano se realizará entre 27 al 29 de junio, en el auditorio de la ciudad de Guanajuato, además, habrá una expo gourmet, catas libres y guiadas. Se esperan alrededor de 2,000 participantes y para su realización, el gobierno de Guanajuato, a través de la Secretaría de Turismo, invertirá más de 3.5 millones de pesos y ofrecerá becas a los estudiantes.
Este año el evento mexicano se realizará entre 27 al 29 de junio, en el auditorio de la ciudad de Guanajuato, además, habrá una expo gourmet, catas libres y guiadas. Se esperan alrededor de 2,000 participantes y para su realización, el gobierno de Guanajuato, a través de la Secretaría de Turismo, invertirá más de 3.5 millones de pesos y ofrecerá becas a los estudiantes.
Nelson Méndez
Oriundo del Amazonas venezolano, residenciado en Caracas e investigador apasionado de la cocina Yanomami, está formado en fogones de alta cocina francesa. Fue hasta hace poco el chef del restaurante Biarritz y es docente del Centro Venezolano de Capacitación Gastronómica. Méndez ha venido señalando que su propósito esencial es hacer que el mundo conozca la cocina que por siglos ha dado salud y placer a los indígenas del Amazonas y que ha permanecido soterrada por una cierta “vergüenza étnica”, la distancia geográfica y las barreras culturales de quienes hacen, promueven y paladean la gastronomía venezolana. Si bien la de Méndez tiene todos los visos de una revolución, él prefiere asumir su propuesta como una evolución de la cocina indígena —y venezolana— que armoniza sin complejos productos amazónicos y técnicas y sabores de la alta cocina mundial. En Méndez se mezclan con impecable sutileza su sólida formación como cocinero y sus raíces indígenas. Su memoria guarda con celo el sabor de ciertos animales de caza, frutos silvestres, arácnidos e insectos, sin que ello le impida vislumbrar cuándo es imprescindible una “deconstrucción”, un hojaldre o una salsa.
Carlos García
Merecedor en el 2006 del Tenedor de Oro, que otorga la Academia Venezolana de Gastronomía, García ha sido chef de Malabar y de su propio restaurante, el exitoso Alto. Viene de una travesía formativa de alto vuelo. Tras fallidos intentos en las aulas de Derecho y Administración, optó por dar cauce al gusto por la cocina que muy intuitivamente desarrolló junto a la familia. Estudió en la Escuela de Hosteleria Hoffman en Barcelona y trabajó en celebérrimos restaurantes ibéricos como El Bulli, El Raco den Freixa, La Broche, La Mantequería Ravell y Relais Chateaux Son Granot de Menorca.
De ese paso por codiciados laboratorios de la gran gastronomía planetaria le quedan algunas conclusiones, que me contó para una entrevista hace un par de años en la revista Papa y Vino: “Cuando empecé a trabajar en El Bulli, con Ferrán Adrian, tenía las mayores expectativas, pensaba que iba al mejor restaurante del mundo. Cuando salí me di cuenta que no llené mis propias expectativas pero aprendí, por ejemplo, que el ser humano es capaz de reirse y disfrutar de cualquier condición extrema, porque allá el trabajo era muy duro, muy difícil, diecisiete horas diarias de presión, de gritos. Y todos los días la pasábamos bien. También estar en El Bulli me ayudó a entender que uno como cocinero —y también el comensal— se puede divertir cocinando y comiendo, más no creo que esa es la comida que me gustaría para todos los días. Después de pasar por El Bulli me di cuenta de que a mi lo que me gusta es sentarme a comer un buen plato, que la sorpresa me venga tan solo de uno o dos elementos y no de la integración de múltiples sorpresas”.
De ese paso por codiciados laboratorios de la gran gastronomía planetaria le quedan algunas conclusiones, que me contó para una entrevista hace un par de años en la revista Papa y Vino: “Cuando empecé a trabajar en El Bulli, con Ferrán Adrian, tenía las mayores expectativas, pensaba que iba al mejor restaurante del mundo. Cuando salí me di cuenta que no llené mis propias expectativas pero aprendí, por ejemplo, que el ser humano es capaz de reirse y disfrutar de cualquier condición extrema, porque allá el trabajo era muy duro, muy difícil, diecisiete horas diarias de presión, de gritos. Y todos los días la pasábamos bien. También estar en El Bulli me ayudó a entender que uno como cocinero —y también el comensal— se puede divertir cocinando y comiendo, más no creo que esa es la comida que me gustaría para todos los días. Después de pasar por El Bulli me di cuenta de que a mi lo que me gusta es sentarme a comer un buen plato, que la sorpresa me venga tan solo de uno o dos elementos y no de la integración de múltiples sorpresas”.
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