Valentí Fuster y Ferran Adrià se unen en un libro escrito por el periodista Josep Corbella para enseñar a disfrutar de una vida sana
CELESTE LÓPEZ | Madrid | 03/11/2010 | LaVanguardia.es
Comer sano y disfrutar de la comida no son dos actos antagónicos. Al contrario, se puede hacer una cosa y la otra y de la suma de ambas, seguro, saldrá una persona más satisfecha con ella misma. Esto es al menos lo que defienden el cardiólogo Valentín Fuster y el cocinero Ferran Adrià, quienes, unidos bajo la batuta del periodista Josep Corbella, acaban de presentar La cocina de la salud (Planeta), libro que muestra cómo comer bien (tanto desde el punto de vista culinario como de la salud) y, lo mejor de todo, cómo hacerlo sin caer en la obsesión. Porque lo importante, no es tanto lo que uno come cada día, sino lo que ingiere a la semana. Y dicho esto, Fuster coge un dulce típico de estas fechas, rico como pocos pero, como dice Adrià, una "auténtica bomba de relojería" tal es la cantidad de azúcar que lleva. "Uno sólo un día no pasa nada, ya me quitaré de otras cosas", señala el cardiólogo. Lo importante, repiten mientras comparten una comida con La Vanguardia es el equilibrio.
Y para aprender qué es una dieta equilibrada, Corbella ideó una familia que abre las puertas de su casa a los lectores a las ocho de la mañana de un sábado y las cierra a medianoche. Con ellos –el matrimonio, sus tres hijos de entre 1 y 13 años, y la abuela, de 75-, asistiremos al desayuno, a la comida, a la merienda, iremos al cine con las palomitas y el refresco de rigor, e incluso a la cena sin niños de los padres, aderezada con un vaso de vino...Un novela sobre alimentación en la que ningún alimento es malo o bueno por principio, sino la manera en que se come y, sobre todo, la cantidad que se ingiere. "Ahí está la clave", explica Corbella.
Tres años de trabajo en el que los autores han intentado, por encima de todo, ser lo más didácticos posibles para enseñar cómo conseguir una "salud integral". Por ello, no sólo hablan de nutrición o de la necesidad de hacer ejercicio físico, sino de algo en lo que Fuster siempre insiste: el control del estado emocional. "Las emociones suelen influir más que las razones. Muchas de nuestras decisiones sobre alimentación las tomamos por debajo del umbral de la conciencia", señala.
Tomar conciencia del acto de comer es la gran asignatura pendiente de una sociedad repleta de información y que, pese a ello, se muestra desorientada a la hora de sentarse a la mesa. Adrià se pone como ejemplo: "He tenido que aprender qué puedo o no puedo hacer y, sobre todo, hasta dónde puedo llegar". Su trabajo en la cocina, sus continuos viajes, su presencia en decenas de actos públicos le obligan a autocontrolarse. Así, ha decidido no tomar ni una sola gota de alcohol al mediodía si luego tiene una cena (como ayer) y a comer pan en pequeñas porciones, eso sí, pan de calidad. A esto, suma lo que para él ha sido lo más importante, incorporar la actividad física a su vida cotidiana. Y ahora, igual que se ducha por la mañana sin pensarlo, hace ejercicio sin ni quisiera planteárselo. De esta manera ("los consejos me los dio Fuster", explica) ha perdido 18 kilos, a la sazón de uno cada mes.
Comer bien, insiste Fuster, es fácil. Es una cuestión de aplicar la lógica, apuntala Adrià. De sus bocas y de la pluma de Corbella no se escucharán mensajes negativos, al contrario, la sensación es que la salud integral es un objetivo fácilmente alcanzable y que es una cuestión de tiempo el que se consiga. Cada vez más, aseguran, son los ciudadanos que entienden que hay que comer y vivir de manera equilibrada, gente entusiasta dispuestas a cambiar el mundo. Y ayudándoles a este fin, gente como Adrià, Fuster y Corbella, que ponen su grano de arena para que el mensaje llegue a todos. Porque son conscientes de que su popularidad amplifica el mensaje, como lo haría también si se sumarán a él nombres como Rafa Nadal o Pau Gasol. "Los niños les seguirían", señala el propietario del considerado mejor restaurante del mundo, El Bulli.
Fuster, por su parte, también cree necesaria la intervención de los gobiernos que con sus leyes regulen, por ejemplo, la cantidad de sal en los alimentos y el empleo de grasas trans. También en la creación de un departamento específico que coordine todo lo que tenga que ver con la nutrición, producción, distribución...Es cuestión de tiempo, dice, que se adopten medidas, porque no hacerlo implicaría la bancarrota. Una sociedad con la mayoría de sus ciudadanos enfermos es inasumible desde el punto de vista económico.
Y ¿sobre la industria alimentaria? Adrià lo tiene claro: "No demonicemos nada, por favor. Sólo una reflexión, sin ella no comeríamos".
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