lunes, 1 de noviembre de 2010

En el Día de todos los difuntos

Sabor a muerto


Aunque la religión en la que fui criada lo prohíba tajantemente, deseo ser cremada y que mis cenizas sean colocadas en una lata de Toddy que reposa en el estante sobre el horno. Aún no he decidido el destino final de mis restos, pero dadas las complicaciones legales que implica el traslado de cadáveres o cenizas, no someteré a mi familia a la calamidad de emprender viaje a la India, al Lago Como, al río Volga o a la pila más alta del Puente sobre el Lago de Maracaibo. Pediré más bien que me dejen tranquila en ese lugar cálido y claro que es mi cocina. Además, esa lata de Toddy de cuatro kilogramos —de lata de verdad, de las que se usaban antes en refresquerías— es todo un trofeo de vida: la compré en un negocio al por mayor en los años noventa y me la tomé yo solita, mañana tras mañana y en una que otra noche de soledumbre y desamor. Así que no hay mejor lugar para el adiós.
La gente se inventa destinos rarísimos para esparcir sus cenizas y este país es un embrollo de insensibilidades en tales asuntos. La desesperación de los deudos por cumplir últimas voluntades los hace cruzar largos trechos y saltarse todo tipo de trámites. Eso hizo un señor que juró a su esposa que sus cenizas terminarían en el Lago Titicaca, del lado peruano. Tras intentarlo todo por las buenas, el señor, que es ingeniero, optó por llevarse una porción de la amada esposa en una bolsita plástica para, al menos, cumplir algo de la promesa. Salió por el Aeropuerto Internacional de la Chinita de Maracaibo con su tristísimo cargamento, sin esconderlo, junto a sus enseres personales. Cuando la Guardia Nacional de turno le preguntó “qué lleva ahí”, él explicó que era una novedosa mezcla de cemento que se probaría en el Perú para la construcción de casas humildes. La Guardia Nacional, altiva, antipática, obligó al viudo a abrir la bolsita y como hacen los militares aeroportuarios con casi todo lo que les resulta sospechoso, le metió un dedo, se lo llevó a la boca y le pasó la lengua. Las cenizas efectivamente le supieron a cemento y hoy algunos huesos de la mujer reposan en el suave oleaje del peruano lago de sus anhelos.
Sólo espero que con el transcurrir de los años, las mudanzas, las generaciones, no surja la idea de hacer Toddy con la vieja lata de los altos de mi cocina. A dulce no sabré, de eso estoy segura. Nunca lo he sido.

1 comentario:

Gaby dijo...

..ojala tampoco termines siendo ingrediente de algún helado de Baty´s o similares..jejej..genial el escrito y los designios de tu último viaje a la cocina..