
jueves, 30 de abril de 2009
lunes, 27 de abril de 2009

En su libro Hopper, Mark Strand pretende corregir aquello que le parecen “interpretaciones inexactas propuestas por otros críticos” sobre la obra del magnífico pintor norteamericano. El poeta, que toma las más emblemáticas obras de Edward Hopper y las describe —¿escribe, reescribe?—, promete aproximaciones a una realidad que él mismo termina transgrediendo. Así, del cuadro Automat (1927) se atreve a sugerir que la escena ocurre en el limbo, que esta mujer es una ilusión: “si la mujer piensa en ella misma en este contexto, no es posible que sea feliz”.
¿Y si esta mujer viene de hacer el amor? ¿Y si acaba de degustar una hamburguesa y una merengada? ¿Y si la taza no es trofeo de soledades sino de pausas, paciencias y sosiego?
Una mujer sola en un café no siempre recuenta fatídicos gajos, no siempre espera ni sufre.
Prefiero la poesía de Mark Strand, su voluntad. Y este poema, que es una traducción fulgurante de nuestro Juan Sánchez Peláez:
Asado al caldero
Miro la carne
que está en rebanadas
sobre mi plato
y la voy cubriendo con
su propio jugo de zanahoria y cebolla.
Y por esta vez no me duele
el transcurrir del tiempo.
Sentado junto a una ventana
frente a
bloques de edificios
negros de hollín
no me preocupa no ver
ninguna cosa viviente, ni un pájaro,
ni un ramaje en flor,
ni un alma que se mueva
en las habitaciones
detrás de los cristales oscuros.
En estos tiempos
donde hay poco
que amar o alabar
no es quizás exagerado
rendirse al poder de los alimentos.
Así, bajo la cabeza
y aspiro
el aroma que se levanta
de mi plato, y pienso
en la primera vez que probé
un asado igual a éste.
Fue hace años en Seabright, Nova Scottia;
mi madre se inclinó
para llenarme el plato
y cuando terminé
lo llenó de nuevo.
Recuerdo aún
el sabor de la salsa,
su olor a ajo y apio,
y que la chupaba
con trozos de pan.
La carne de la memoria,
la carne que no se altera.
Alzo el tenedor
sábado, 25 de abril de 2009

Entre mis precoces fantasías infantiles siempre estuvo Tom Jones, ese apetecible Caballero de la Corona Británica, de probable sabor a pan con mantequilla. Yo soñaba que en vez de cantar “My my Delilah”, pronunciaba mi nombre. En estos días lo he recordado. Compré la quinta edición de la revista Vanity Fair en español —suerte de franquicia de la original estadounidense con toques de Hola ibérica, que de todas maneras me entretuvo con buenos artículos en las vísperas y durante un vuelo Caracas Maracaibo—. En la última página está el infaltable Cuestionario Proust apuntando al ya madurito Tom Jones. Cuando le preguntan cuáles son sus nombres preferidos, él responde, simplemente: “Dom y Pérignon”. Como la muy especial champaña el cantante sigue haciendo agua la boca, fresquito, de especial cosecha.
viernes, 24 de abril de 2009

Se pregunta Hermann Broch en su muy compleja novela Los inocentes:
“¿En qué momento de la vida pierde una boca el don de comunicar felicidad? ¿En qué momento queda relegada a simple instrumento para comer, aunque el don de la palabra la siga ennobleciendo hasta el último escalón de la vejez?”.
Y yo, desde este viernes casi clausurado, dudo de esas bocas que todo lo probaron y vienen de vuelta; de aquellas que todo lo dijeron y desconocen el amargor y el almíbar. Me pregunto, ¿de qué vale la palabra que no saborea, la boca que no lame ni besa?
“Soy toda boca”, escribió Sylvia Plath.
¿Y tú?
miércoles, 22 de abril de 2009
Los peligros de una pasta

Amy Winehouse siempre es noticia, incluso cuando intenta apartarse del mundo. Exiliada temporalmente en los paraísos caribeños de Santa Lucía, la cantante inglesa intentaba hacer una cena especial para unos amigos. La calistenia culinaria acabó cuando el agua en la que cocinaba una pasta cayó sobre su muslo izquierdo. Al parecer más puede la fortaleza de su espíritu que las carnes quemadas. Amy se niega a ir al médico, sigue paseándose al sol, respirando los manjares del viento marino.
La prensa amarillista —que vive de las humanas torpezas de la cantante— se preocupa por sus supuestos instintos autodestructivos. Yo, más ingenua, me muero por saber qué pasta preparaba, que salsa tendría en el fogón, qué vino hace honor a su apellido.
Por lo pronto escucho su Rehab, que me encanta. Y esta versión es acústica (Youtube).
martes, 21 de abril de 2009
Venezuela en boca de Ferrán Adriá

El celebérrimo restaurante El Bulli, del catalán Ferran Adriá, fue elegido ayer lunes por cuarto año consecutivo como el mejor restaurante del planeta por la revista británica Restaurant, considerada por el propio Adriá equivalente a "los Oscar de la gastronomía mundial".
Hace pocos días, en una entrevista que le hiciera El Diario Montañés, de España, Adriá hablaba sobre humildad en la cocina y dejaba colar a Venezuela entre sus sabias palabras: “…en el momento que alguien piensa que lo sabe todo, en realidad está muerto. Haría falta una vida entera para conocer, por ejemplo, la cocina venezolana. Por eso no cabe más remedio que refugiarse en la humildad y asumir que trabajamos con un espectro imposible de abarcar”.
Bodegas Norton por fin en Venezuela

La bodega fue fundada en 1895 por el ingeniero inglés Edmund J.P. Norton, un visionario que llegó a suramérica para participar en la construcción del ferrocarril que uniría Mendoza y Chile. Flechado por las alucinantes tierras del sur del río Mendoza, se quedó para siempre —murió en 1944— y allí sembró algunas de las primeras cepas francesas que llegaron al país. En 1989, el empresario austríaco Gernot Langes Swarovski —miembro de la legendaria familia que fabrica uno de los más exquisitos cristales del mundo— viajó a Argentina por recomendación de unos amigos y de inmediato sufrió la misma fascinación que Norton, por lo que apenas pudo adquirió la bodega.
Con cuarenta y cino años de edad, Halstrick aseguraba en una entrevista que le hice el año pasado para la revista Papa y Vino que su pasión por Argentina no se agota: “Es un país que quiero mucho y no tengo ninguna intención de moverme de acá. Casi puedo decir que soy más argentino que austriaco. Desde el principio hubo la decisión de que Norton no fuera una bodega perteneciente a grupo internacional o multinacional, sino que realmente tuviese una cabeza de familia que le diera el cariño que merece el negocio del vino”.
Norton tiene como lema “nos reconocemos como parte de la naturaleza”, por lo que asumen que en el proceso de hacer vino lo más importante es la uva, que no necesariamente debe proceder de un solo viñedo: “A través de los años hemos crecido mucho en superficie de viñedos. Los vinos de Norton provienen en un sesenta por ciento de nuestras tierras —tenemos setecientas cuarenta hectáreas plantadas—, y el otro cuarenta por ciento viene de proveedores que tienen sus propias fincas con quienes tenemos contratos a largo plazo y a los que damos asesoramiento técnico. Siempre me preguntan porqué no lo producimos todo. Es muy sencillo: tengo una filosofía que es ‘vivir y dejar vivir’. El vino es producto de una comunidad. Hay mucha gente y muchas relaciones detrás del vino, no estamos produciendo clavos. El vino sigue viviendo dentro de la botella, es como un ser humano”.
Halstrick tenía en el momento de la entrevista grandes expectativas con la llegada de Norton a Venezuela y no sólo porque los estudios de mercadeo orienten su optimismo: vivió un año en el país y dice conocerlo a profundidad. Además, alguna vez la familia tuvo una propiedad en Chichiriviche y hoy es dueña del Hato La Garza, una espectacular reserva ecológica situada en las sabanas de los llanos de Apure.
“Tomarme un vino Norton en Venezuela, que es un país que quiero tanto, va a ser muy especial para mi”, aseguró Michael W.J. Halstrick en sus predios mendocinos. No sé si vino a Venezuela para la presentación de estos días, puesto que no me invitaron. En todo caso, bienvenida sea la Bodega Norton. ¡Salud!