martes, 28 de septiembre de 2010

El Toddy de una larga noche


El pasado domingo 26 de septiembre los venezolanos no comimos “mierda” como vaticinaba con saña mi ya “Ex amigo de Facebook”. Cada quien comió lo que quiso y el final no fue de dulzura absoluta, pero sí de fortaleza y esperanza.
La espera de los resultados electorales fue larga, difícil, desesperante, casi eterna. Cada quien la amainó como pudo, muchos pegados al Twitter, a Facebook, a un ron o una cerveza. Yo, como ya es sabido, soy adicta al Toddy y esa noche degusté dos buenos vasos con sabor a infancia y culpa. Doy fe de ello con un autorretrato y reproduzco un comercial de 1988 que me obsequió el dramaturgo residenciado en Nueva York, Pablo García Gámez, autor de dos apetitosos blogs, Textos durmientes y El Blog de Pablo.




lunes, 27 de septiembre de 2010

Misterioso postre de Gianfranco Chiairini

Una de las maravilla del próximo libro de Chiarini,
que en este momento retocan para llevar a imprenta


El chef poco dice
sobre este edificio acristalado.

En él sucede un mundo.

Tres lagos, tres cráteres lunares,
tres días que giran
con su párpado atado en lo alto.

¿Galletas, mousse de menta, natilla?
¿Líneas de canela, azúcar, frutillas?

Cada habitáculo vierte una lengua.
Pero no es noche macerada,
Torre de Babel,
acrobacia para horas cumplidas.

El chef ha levantado un risco,
una serranía, una acrópolis,
cuesta de confite,
a salvo de su precisión,
del labio que vuelve del frío,
de la rotunda belleza.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Comer "MIERDA"

Mierda de artista, obra del creador conceptual Piero Manzoni producida como una mordaz crítica al mercado del arte. La obra consistía en noventa latas cilíndricas de metal de 5 cm de alto y un diámetro de 6,5 cm que contenían, según la etiqueta firmada por el autor: “Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961”.

Hoy domingo 26 de septiembre, los venezolanos vivimos una jornada electoral trascendental, de la que depende el destino y la democracia del país. Como siempre, estos actos obligan a votar y regresar a casa a esperar los resultados. Y ese lento aguardar se hace en familia, con lo que más nos une y reúne: una comida. A través de Facebook quise saber qué platillos prepararán los venezolanos para este día. Conté que durante años he horneado un enorme Pasticho (Lasaña) no sólo para la familia, sino también para amigos que votan en centros cercanos y gustan pasar a visitarnos un rato. Conté que este año no habrá Pasticho sino una olla del mejor Chupe de pollo que he comido en la vida: el de mi esposo. Lleva sus verduras, pechuga desgrasada —nada de huesitos, lo siento—, mucho maíz, crema de leche, cilantro y antes de servir el potaje en cada plato hacemos una cama con abundantes trozos de queso blanco.
La encuesta de Facebook no fue esta vez tan efectiva com otras. Los amigos se anotaban a mi chupe, todo se convirtió en broma, sólo algunos me contaron qué harán, pero un comentario de un maracucho que desde hace años vive en Madrid me revolvió los apellidos: “Espero que no sea lo mismo que los pobres Venezolanos han comido luego de cada elección: Mierda....”. Entre la rabia sólo atiné a invitarlo al país y a mi casa, a comer de esa “mierda” que desde Madrid él observa con insensible y supina simpleza. Muchos venezolanos que por diversas circunstancias han debido emigrar, sienten y les duele lo que aquí pasa. A veces creo que la distancia incluso les hace más difícil sostenerse en la carencia y la lejanía. Pero hay otros, sobre todo adinerados, hijos de papá, que jamás han llevado golpes en la vida, que ven con asco e inutilidad lo que ocurre en Venezuela, que por cobardes y brutos se han hecho de una coraza y siembran comentarios humillantes como el de mi “amigo de Facebook”.
Este chico arrimado a las maravillas madrileñas, puede sin embargo comer “mierda” desde allá, tan “pobre venezolano” como ha de ser también él. Y es que resulta que no son pocos los intentos tremendistas que ha habido por llevar heces a la gastronomía. Suena horrible lo sé, pero estoy tratando de ser pedagógica y conmiserativa con el pobre “amigo de Facebook”. Existe la coprofagia, que si bien es poco común entre humanos por las enfermedades que conlleva, consiste en la ingestión de excrementos e incluso hay quienes han intentado dar un vuelco al asco y hacer un festín con bien sazonadas heces. Esta es la propuesta de un tal Francis Morlange —no hallo datos concretos sobre él, presumo que es el heterónimo de un provocador artista conceptual—, creador de Delicieux Merde, una propuesta para gourmets atrevidos: "Es la cocción de los alimentos lo que nos hace humanos y nos permite gozar de un buen plato (…) Es común rechazar este alimento tan rico de calorías y proteínas, pero recordemos que determinados pueblos del lejano Oriente no dudan en comer insectos, cartones usados y automóviles pequeños. El tema es que muchos no conocieron la guerra y el hambre es solo algo que ven en televisión", dice el supuesto Morlange al defender la idea de “comer mierda”.
En todo caso, la Cultura Pop ha hecho “delicias” con el tema de la mierda, hay un grupo español de tétrico rock llamado Pastel de mierda, existe un juego de naipes llamado “Comemierda” y está el libro Historia de la mierda del psicoanalista francés Dominique Laporte (publicado por Paidos y también por Pre-Textos), donde el autor muestra la importancia de la materia fecal en el desarrollo de la sociedad y el lenguaje. La frase “comer mierda” y el apelativo “comemierda” lleva a cuestas un largo listín de significados asociados a países y culturas.
Especialmente dedicado a mi “amigo de Facebook” —lo borré, su mensaje de esta mañana me obligó a ello y aunque me prohibe copiar lo que dice, puedo mencionar que reitera concretamente que Venezuela es una "mierda"—, para aminorar su posible nostalgia de la “mierda” que comemos “pobres venezolanos”, dejo este video de unas españolas —por cierto— que preparan con absoluta seriedad un Pastel de mierda:

viernes, 24 de septiembre de 2010

Homero Simpson, crítico gastronómico

Nada se salva de las garras de la serie televisiva Los Simpson. Un día Homero decide ser crítico gastronómico para el periódico local y se convierte en el terror de los restaurantes en el capítulo titulado Adivina quién es el nuevo crítico de cocina (ver información en Wikipedia). De todas maneras, entre bromas y no bromas, quienes escribimos de cocina debemos ver al menos estos fragmentos del capítulo, recomendación exclusiva de mi hijo:



jueves, 23 de septiembre de 2010

Un café, alguien, cierta lejanía

Ayer hice una encuesta a través del Facebook. Pregunté: ¿Con qué personaje real o imaginario, local o foráneo, les gustaría tomarse un café esta tarde? ¿Y dónde? Y las respuestas fueron más de treinta, algunas ensoñadoras, otras posibles, como las de bebérselo conmigo y otras, como siempre, se sumergieron en el tema político, difícil de evadir en Venezuela sobre todo en estos días preelectorales, de calles sucias, altavoces, tráfico infernal y tantas cosas que atenta contra un encuentro y el simple café que tantas veces olvidamos compartir:


Adriana Morán Sarmiento: Con vos... en el Tortoni.
Juan Luis Landaeta: Con Lugones, allá en baires.
Celalba Rivera Colomina: Con Truman Capote en Nueva York. Bueno, con él un whisky. :)
Inés María Peña Madriz: Con Hugo Chávez Frías... eso sí, él y yo, sin escoltas ni esbirros.
Norka Blanco: Con Kavafis, en Alejandría.
Douglas Gómez Barrueta: Con Chano Pozo en Harlem.
Eliseo Solís Mora: Con Gore Vidal en Choroní y en vez de café, un coco bien frío.


Hannah Lilith Migliavacca: With Dr Hannibal Lecter in Greenwich Village.
Sergio Acquaviva: Con Paulho Coelho en Dublin.
M.Gabriela Chirinos: ¿A qué hora nos vemos?
Enza García Arreaza: Con Paul Auster, en La Candelaria en una dulcería gallega, para que sepa lo que es bueno.
Ricardo Ramírez Requena: Con Blas Coll en Puerto Malo.
Claudia Noguera Penso: Con Cabrujas en la Plaza Bolívar y con Alejandra Pizarnik en París.


Marco T. Socorro: Contigo, en el parador de la Alhambra.
Ybelisse Colina: Con Henry Cartier-Bresson en cualquier cafetería parisina...
Marlene Nava: Con Cyrano de Bergerac en Machu Pichu.
Yoyiana Ahumada Licea: Yo con Silvia Plath o con la Sexton, también con el pana William Shakespeare y por supuesto con Eugenio Montejo, con Isadora Duncan y con Dalí, a todos ellos los citaría en el Hotel Avila para subir por sus faldas y llegar a alguno de los restaurantitos.
Paul Villasmil: Con María Callas en el Cafe de La Peu en París.
Ernesto Leon: Con Simón Bolívar, Miranda en la Plaza Bolívar con cafecito en mano a las 5:00 AM - pa que no quede duda.

Edilberto González Trejos: Con Enya y Joyce en un pub irlandés.
Luisa Elena Sucre Fernández: Con Fritz Perls en Esalen, California...
Alexis Ramón Blanco: Con Nikolaus Harnoncourt, en Salzburgo, previo a algún concierto de la Filarmónica de Berlín.
Maruja Dagnino: Con Colin Firth. O mejor aún, com Mr. Darcy.
Ekaterina Afanasiev: Con Madela en su casa, y sería un Té; e invitaría a Ceratti para que fuera TE PARA TRES......
Mitchele Vidal: Yo con un trío de guapos: Sabina, Bose y Pérez Reverte.


María Del Nogal: Con Gerald Durrell... Un brandy con soda, en cierto pueblito costero del sur de Inglaterra de cuyo nombre no me acuerdo... O un té en Corfu... bajo un olivo de su jardín.
Néstor Garrido: Con Rómulo Betancourt compartiría un café en vasito plástico, en la cola para votar el 26.
Jacqueline Goldberg: Con quienes respondieron a esta encuesta, en una terraza de Galipán, mirando El Picacho, el mar y los aviones que parten lejos…


Todas las imágenes son del pintor francés Édouard Manet (23 de enero de 1832 - 30 de abril de 1883), padre del Impresionismo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cronica de BUENOS AIRES (y 11)

Un final tinto


No me gusta viajar, pero me gusta volver.
Wislawa Szymborska


Un viaje no acaba cuando acaba.
Se queda en la piel,
en el desorden de unas maletas a medio recoger.

El regreso puede perdurar días, meses,
dependiendo de la intensidad de las nostalgias
y el agobio de la realidad.

Buenos Aires sigue revoloteando
entre el montón de libros que compré,
las fotos que continuo mostrando a los amigos
y viendo en obstinada soledad.
También en lo que escribo.
Y en los amigos que me espesan la saudade.

Quizá el viaje a Buenos Aires
dejó de gotear sus rastros de sueño
el día en que descorché el único vino que traje.

Lo compré en el aeropuerto,
como si fuera un hallazgo, una intuición,
un “me da la gana” a las seis de la mañana.
Era un Clos de los Siete,
firmado por el francés Michel Rolland,
uno de los enólogos más renombrados del mundo,
adorado por unos, repudiado por no pocos,
gurú de grandes bodegas
—asesora a más de cien en el planeta—
y padre de la malquerida globalización del vino.
Rolland, enamorado del Valle de Uco,
forjó en Mendoza junto a otros seis osados empresarios
lo que se describe como
“un emprendimiento millonario
rodeado de chacras de perales,
cerezos y durazneros al pie de los Andes”. (El Clarín, 2006)

No sé si adquirí el mejor caldo del emporio,
pero me supo a gloria y a final feliz.
Solo luego descubrí que tiene sus puntos
en la guía de Robert Parker,
que la del 2008 es la séptima cosecha de los Siete —¿cábala?—
y que una nota de mi muy admirado Miguel Brasco
en la revista La Nación lo recomienda así:
“un virtuoso blend de aromas cálidos,
muy que te acarician, algo introvertidos.
Paladar liviano, bien envuelto y placentero.
Superatractiva propuesta para acompañar carnes rojas
grilladas por Gastón en la Cabrera.
La segunda copa seduce, la tercera no alcanza”.

En fin, me lo bebí, ya no existe.
Solo queda el viaje, la botella en una repisa,
Buenos Aires y una tremenda nostalgia.

Para leer entrevistas con Michel Roland:
Vinos & Sabores Revista
Vinos en Buenos Aires

martes, 21 de septiembre de 2010

Cocina y Vino remozada y sin tapujos


A todos nos hace falta un retoque por aquí, otro por allá. Y las revistas no escapan a ello, aunque tengan sus años, su público, su irrebatible posicionamiento. Cocina y Vino se atrevió a los rigores del bisturí redaccional, gráfico y de formato y lo hizo bien. El cambio no abruma, no echa por la borda su tradición. Me gusta el respiro que ahora tienen las notas breves, el crecimiento de las imágenes su buen contenido.
Aplaudo entusiasta el artículo de la escritora, profesora universitaria y activista por los derechos de las minorías sexuales, Gisela Kosak: “Soy una bárbara ilustrada y tengo el paladar bastardeado por las parrillas, la pasta bolognesa y la cerveza, mas distingo las edades de los güisquis”.
Me encantó la entrevista de Sasha Correa al chef mexicano Enrique Olvera y su receta de Robalito al pastor.
Ver a Miguel Enrique Otero metiéndose tremenda arepa grasienta da un respiro a quienes no siempre podemos ni queremos aferrarnos a las trufas.
En realidad me leí la revista de cabo a rabo en lo que fuera uno de los últimos vuelos de Conviasa, horas antes de la tragedia de la semana pasada. Confieso que como ando con ánimos de renacida el texto que más disfruté fue el de Ignacio Medina, reputadísimo crítico gastronómico español que, sin pelos en la lengua, nos da una lección: no hay cocineros intocables, por muy famosos, encumbrados e impagables que sean. El autor se pasea por algunos recodos de la cocina venezolana, merodea chefs y productos y dice las cosas a su manera. Al referirse a Carlos García y Elías Murciano los adjetivos aminoran velocidad y se adentran en osadías. Aunque les reconoce atributos y dice que son la generación del cambio, da un sacudón a su ego aconsejándoles incorporar la cocina venezolana a sus compromisos con el oficio. Les propone virar la mirada “en lugar de acomodarse en una primacía que siempre es transitoria”. Párrafos antes había dicho de ellos cosas que, acostumbrados como están a adjetivados elogios —de algunos de los cuales he sido autora en el pasado— seguramente no les habrán gustado: “La incipiente alta cocina venezolana tiene dos pilares obligados a enfrentarse a un mandato insoslayable: situar la cocina del país a la altura de su tiempo. Elías Murciano (Le Gourmet) y Carlos García (Alto) están todavía lejos del que debe ser su camino. No vale pasar el día entre quejas por las dificultades que implica la importación de los productos más emblemáticos de la despensa europea: el foie gras, la trufa, el caviar, las pastas artesanas, los quesos. (…) Los grandes cocineros alcanzan la gloria cuando su cocina establece vínculos con su tierra y además son capaces de convertir el producto más humilde en la base de un millar de alardes culinarios”.
¿Quién se atreve en esta Tierra de Gracia a meterse con dos cocineros que parecen haber llegado al cielo? ¿Quién les dice que sus ravioles y sus cochinillos son maravillosos pero un tanto desabotonados de la realidad? Bravo por el escritor, pero sobre todo por la Revista Exceso Cocina y Vino, al parecer sin deudas con nada ni con nadie, dispuesta a dejar que los vocablos no siempre sean pretenciosos y….. (¿cómo decirlo sino en criollo?)….. jaladeras de bolas.

Carlos García, en foto de El Universal

No es cualquier cosa que Cocina y Vino
se atreva a sostener críticas a Murciano,
cuando éste es una de las figuras medulares
del próximo Salón Internacional de Gastronomía 2010


El comentario del propio IGNACIO MEDINA
"Gracias por tu comentario Jacqueline. Es bueno que los profesionales venezolanos hablen de su cocina y sus restaurantes desde una perspectiva personal, abierta y sin cortapisas. No es fácil, pero se puede hacer, como ha demostrado Sasha Correa -debo agradecérselo, porque de un solo golpe ha mostrado valentía y profesionalidad-y como hacen otros profesionales en terrenos diferentes.
En cualquier caso, quiero hacer un comentario. He coincidido Carlos García en Lima hace unos días, hemos comido juntos y hemos hablado de su cocina. Es un cocinero cabal, capaz de entender las críticas que se le hacen desde un punto de vista constructivo y sobre todo capaz de sacar provecho de lo que se le ha planteado. No he hablado con Elías Murciano, pero sé que es consciente de la necesidad de hacer avanzar su cocina y trabaja en la búsqueda de caminos que permitan concretar este recorrido. Debo decir que la posición de los dos es la más complicada, sobre todo por la falta de estímulos que les mantengan atentos y obligados a no dejar de avanzar. espero que mis opiniones puedan ayudarles. Mi deseo es que Cocina y Vino siga invitándome a colaborar en sus páginas. Ignacio Medina"

lunes, 20 de septiembre de 2010

Automercados Plazas: la desfachatez


El engaño es la “falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre”, según el DRAE. Pero también un “armadijo para pescar”, es decir, una trampa para embaucar y atajar por la boca a los imbéciles. Y eso es precisamente lo que hace el Automercado Plazas de Los Caobos. Varias veces cerrado por sucio, engañoso y otros asuntos de ley, es un irrespeto a la comunidad aledaña. El más feo e incómodo de toda la cadena. El más hediondo, caluroso y desabastecido. No hay pescado fresco, venden productos vencidos, los quesos son infames, la nevera de helados siempre está medio vacía, por no mencionar que las colas hacen pagar todos los pecados juntos. Lástima, sus otras sucursales son soportables e incluso intentan incursionar en los predios de lo Gourmet con su llamada "Zona deleite" y la figura del encantador chef Víctor Moreno.
Sin embargo uno va. Como un cordero uno va. No hay otro automercado cerca. Uno ha aprendido en Venezuela a conformarse con los restos, con lo peor, lo que hay.
Por todas esas inaceptables razones fui el viernes pasado en la tarde a comprar el vino de los apuros, el de buen precio, el de comprobada calidad aunque no lujoso. Me hice de un Norton Malbec 2008. Conozco a dedillo esa Bodega argentina, la visité hace dos años en Luján de Cuyo, Mendonza. Yo misma entrevisté para la revista Papa y Vino a su presidente y CEO, Michael W.J. Halstrick, hijo del conocidísimo empresario austríaco Gernot Langes Swarovski —miembro de la legendaria familia que fabrica uno de los más exquisitos cristales del mundo—. En Argentina bebí hace apenas unas semanas no pocas etiquetas de esa bodega, muy bien posicionada en restaurantes de muy diverso nivel.
Y resulta que la desfachatez de Autormercados Plazas me obligó a los más indecorosos procedimientos en materia de vinos, amén de la vergüenza sufrida frente a mis invitados. El corcho estaba absolutamente seco, granulado, deshecho. Se ve que jamás la botella estuvo acostada, que no hay quien cuide los vinos del reputado vino ni ningún otro en el Plazas.
Dada la precariedad de mi presupuesto, la hora y la molestia —costó 50 bolívares, tampoco es que fue una ganga, hay vinos más baratos y cumplidores—, parte del corcho terminó deshecho dentro del caldo supuestamente muy frutal, con mucho sabor a ciruela y de profundo color granate. Debí colar el vino como sopa para bebés una y otra vez. Igual me lo bebí con restos de corcho, mal sabor y profunda rabia.
¿Sabrá esto el Complejo Licorero Ponche Crema, que con bombos y platillos trajo Norton a Venezuela hace apenas un par de años? ¿Se imaginará la familia Swarovski que sus vinos son tan maltratados en algunos rincones de Venezuela? ¿Saben los caraqueños que no deben comprar vinos en Automercados Plazas —al menos en el de Los Cedros— y que solo puede uno confiar —sin manos en el fuego, claro— en el Excelsior Gama y en Licores Mundiales?
¿Eso me pasa por tonta?: Pues si.
¿Por qué no salí a reclamar?: Porque eran las nueve de la noche, porque se hubiesen reído de mi, porque nadie en un automercado entiende lo que es un corcho seco, la necesidad de que el vino respire, toda esa paja que nos bebemos y comemos quienes intentamos escapar un rato de la realidad a partir de la vida misma.
Seguramente iré de nuevo al Plazas para cumplir con los despropósitos del gobierno venezolano de hacer sentir a los ciudadanos permanentemente miserables y humillados. Pero vino en el Plazas, pues nunca más…

Incontables botellas bebidas de magníficos Norton —aquí y en Argentina—
me dan la tranquilidad de saber
que fue el manejo de la botella
por parte del punto de venta el que me hizo pasar el mal rato,
no el vino.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Cena de amigos, la mejor


No hay mejor cocinero que aquel que lo hace por gusto, afecto, pasión. Para el momento y la eternidad. Para todo y nada. Para nosotros, que deambulamos entre premuras, para los amigos, los viejos amigos, los afectos que hacen puré el corazón.
Por suerte cada vez que voy a Maracaibo y empiezo a pasar el puente….. tengo una cena en casa de mis adorados Víctor Fuenmayor y Jimmy Yánez. Justo después del Año Nuevo Judío el amable hogar frente al lago nos reunió —junto a Fernando Bracho y mis bellos primos Dinah Bromberg y Luís González— para una ecléctica cena emanada de los fogones del Yánez, curador, estudioso del arte, museólogo y un montón de cosas más que yo misma no logró enlistar.
Esa noche la mesa nos ofrendó con lo que Jimmy osó llamar en principio un “Asado”. Iba imaginando papelón, una carne algo pesada y dura, un homenaje a Armando Scannone y festines criollos. Pero el Asado no era tal y la cena fue más bien un collage cultural. La carne era una tiernísima sobrebarriga —más a los aires colombianos, corte llamado “pollito”— y su aderezo un festín aún más lejano. El mismo Jimmy me cuenta la receta a petición: “La carne la maceré de un día para otro en la nevera (estrujándola, golpeándola) y sumergiéndola en aceite de oliva, sal, vinagre de hierbas y en esta oportunidad en un Tempero Baiano de Salvador de Bahía, Brasil, que contiene pimienta del reino, pimienta calabresa, tocineta, orégano, comino, cilantro, cúrcuma y ajo”. A estas maravillas el cocinero agregó Herbes de Provence: tomillo, mejorana, orégano, romero, albahaca, perifollo del estragón, laurel, lavanda y ajedrea —salsa de pobre, la misma que se usa para adobar las aceitunas, explica.
El día de la cena escurrió la carne y la selló en sartén caliente y luego la introdujo por dos horas y media en el horno previamente calentado a 180º. Una hora antes de sacarla, agrego cebollas moradas, dientes de ajo y media hora después unas gloriosas rodajas de piña cubiertas de azúcar morena. “Delicioso para gente deliciosa”, dice él mismo y con toda razón.
Aquella gloriosa carne estuvo acompañada por unas papas al vapor y lo que Jimmy llamó un Couscus y sobre el que, por cierto, no llegamos a discutir. Pues Couscus nada. Eso era una divinísima ensalada de creación propia con tomate, cilantro, garbanzos y trigo, es decir, una mezcla de Pico e gallo mexicano, Tabule oriental y cariño maracucho. El postre insuperable: helado, Brownie y dulce de naranjas amargas. ¿Olvido algo? Seguro que mucho.
Ese día, medio en broma y medio en serio, instauré las llamadas Estrellas Jacqueline. Si el Micheline, tan cauchúo él, tiene cinco y las da a diestra y siniestra, pues yo desde Maracaibo puedo permitirme otorgar tres a mi manera. Y Chez Jimmy y Víctor, esa noche, por su afecto, sus atenciones, el vino y la maravillosa cena se las ganaron todas. Claro, en cada viaje mío a Maracaibo deberán mantener su prestigio, la cosa no es tan fácil, amén de que amigos convocados a otras cenas deben reportar sus pareceres.
También en Caracas reparto Estrellas Jacqueline. Se escuchan propuestas…

Víctor Fuenmayor, anfitrión insuperable

Jimmy Yánez, el cocinero (lástima que no nos recibió con esta pinta)

Dinah Bromberg, dulce, querida, experta como pocos
en temas de “Discpacidad”…. Y mi prima…

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un poema de MARGARA RUSSOTO


Mi madre no toleraba
la intervención del pimentón
en la salsa para spaghetti.

Hubiera sido impericia y desconfianza
añadir otro ingrediente.

Porque es para siempre el rojo poder del tomate.

Yo tampoco
usé pimenton
en mis poemas
durante mucho tiempo.

Después la vida se hizo híbrida y primitiva.
No amigos.
No amor.
Los hijos se fueron.
El marido murió.
Y aprendí a echarñe el guante a cualquier cosa.
Me endurecí
como rama de canela.
No tuve escrúpulos en ahogar
con hongos musculosos
el aroma de la albahaca.
Maíz transculturado y rábanos
de un lado a otro intercambié
sin pena de confusion.
Al soberbio plátano lo humillé.
Lo hundí bajo el peso
de ingredientes baratos,
y a la papa
ella siempre tan tolerante y translaticia
la revolví entre sofisticadas legumbres
de insipidez asiática.

Y así todo me servía y nada

y nada

¿Cuál? ¿Dónde, el sabor primigenio?

Hoy vendo guacamayas en mercados mexicanos,
y paseo por las vitrinas
llenas de oro falso,
como mis poemas.

De lejos
algunas veces
el espectro de mi madre tiernamente recrudece.
Su voz es un soplo helado:
Te los dije.


De Diccionario secreto de terminos salvajes

viernes, 10 de septiembre de 2010

Crónica de BUENOS AIRES (10)

Facturitas para desayuno o merienda


Me costó acostumbrarme a que las Facturas no fuesen papeles con varias copias cuyo exclusivo fin es mostrar un monto que se adeuda. Eso de ir a comprar Facturitas y regresar con un cargamento de maravillas azucaradas forma parte de las volteretas lingüísticas que los viajes trazan en la memoria.
Las Facturas son uno de las tantos aportes que la inmigración ha sembrado en Argentina. En ese caso su genealogía es plenamente alemana (viene de los Krapfen) y sus ingredientes han ido admitiendo la idiosincrasia palativa sureña, como el dulce de leche o el dulce de membrillo, amén de crema pastelera y azúcar espolvoreada.
Las Facturas se venden individuales o por docena. En muchas cafeterías sirven combos que incluyen un café —o te o mate— y dos o tres facturas, algunas de cuyos nombres nacidos a principios del siglo XX de la mano de obreros burlones de las instituciones policiales fueron bautizadas como cañoncillos, pañuelitos o vigilantes.
Las más solicitadas, sin duda, son las medialunas, que pueden ser simples —de manteca— o acarameladas o empolvadas con azúcar tamizada, como una dama japonesa que se prepara para salir a la tarde invernal.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Vallenato y TODDY


Escucho un vallenato y de inmediato me veo a las seis de la mañana desayunando en la mesa de la cocina de mis padres. En Maracaibo. Ese vallenato me sabe a crema de trigo, a pan dulce con nata, a queso palmita, a Toddy. El mantel es de hule, el sol no acaba de arrojarse. Mi madre escucha una emisora colombiana, dice que es la más internacional, quizá la única que logra sintonizar en el pequeño radio junto a la ventana.
Mi hermano y yo adorábamos Brindo por amor, en la voz de Diómedes Díaz, sobre todo el fragmento que dice: “No, no me la llames más, no me la molestes más / Mira que ella está estudiando, tiene su novio y se va a casar”. Nos doblábamos de la risa mientras ignorábamos cuán distantes estábamos y estaríamos de Colombia, cuánto de ese país se nos quedaba en las venas.

martes, 7 de septiembre de 2010

Pen Drives para salivar

Ya se me hacía raro que los Pen Drive fueran todos iguales, toscos y globalizados. Estos me alivian y me dan envidia. Quiero uno….. Me traigo descaradamente las fotos del sabroso blog sobre tecnología Line up de Pablo Bigatti.








sábado, 4 de septiembre de 2010

Crónica de Buenos Aires (9)

Delicias imantadas
He intentado recordar cuántas veces he pedido telefónicamente que me traigan comida a casa y la verdad es que se me ha hecho difícil tarea. Quizá un par de veces llegó a mis puertas una moto con las infames pizzas de Domino’s o Papa Jones y algún chino a cuenta y riesgo. También en la era precámbrica de mi adultez capitalina un Sushi Delivery. Pero hoy en Caracas es dificilísimo que un restaurante lleve buenos condumios a casa. Pues eso me encantó de Buenos Aires: cualquier restaurante, bueno o malo, grande o pequeño, tiene servicio de “Delivery” sin tragedias ni preguntaderas. Uno llama, pide, da un teléfono, dirección y ya está. Confían en uno. A nadie se le ocurre que habrá una llamada fantasma. Y esa comida llega con prontitud, calientita, en maravillosos envases de anime o plástico o aluminio, desde ensaladas, pizzas y pastas, hasta gruesos filetes de carne o pescado. Y hasta más barato que comer en el restaurante es. Llegué a ver en las calles mesoneros portando inmensas bandejas con café humeante y facturitas que seguro iban a puertas vecinas a la cafetería.
Una amiga me recomendó antes del viaje —en su amabilidad trasplantada a un lenguaje que desde aquí percibí absolutamente críptico— que fuera pidiendo imanes en los restaurantes cercanos al apartamento donde me quedé. Casi al final del viaje fue que comprendí que los restaurantes, en vez de dar una tarjetita de cartón con sus datos y especialidades, regalan una publicidad imantada para aparcarla en la puertas de la “heladera”. Entendí y caso hice, lástima que, agradecida como estuve ante las bondades del equipamiento de aquel apartamento y pensando en futuros huéspedes, dejé esos imanes olvidados junto a algunas manzanas y garrafón de agua sin abrir.
Los imanes de restaurantes porteños echaron por la borda mi atávica repulsión por las neveras tapizadas de cursis recuerditos de viaje. Me los hubiese traído y me recordarían por un tiempo las maravillas de una urbe cosmopolita. En mi nevera, por ahora, solo dejo subsistir un imán traído del Louvre: Eros y Psique, la maravillosa escultura de Antonio Canova.