sábado, 30 de abril de 2011

Nombres raros para chicas y vinos

Cuando el mercadeo manda

Ayer comentaba en su Twitter el estupendo escritor Norberto José Olivar (@EldoctorNo y su Blog): “Ya habrá alguna plebeya maracucha jugando a Lady Cata”. Y yo le respondía que, sabiendo como sabemos el gusto de los oriundos de Maracaibo, —capital del venezolano Estado Zulia— de poner nombres extraños, de moda e incluso arcaicos, ayer mismo, con seguridad, serían declaradas en esa ciudad no pocas recién nacidas Lady Catalita, Ladycata o simplemente Lady Cata. En Maracaibo la moda, la mirada, ha impuesto desde siempre los nombres y hay gente que carga en sus espaldas pesadillas como: Usnavy, Yubileisi, Esso, Machintoch, Israela, Jordania, Celestino, Africa y, viniendo a cuento, por cierto, Ladydi.
Pensando en eso y hoy, gracias a la pista de la también escritora Ana García Julio (vea su buen Blog Derrelictos), he recordado cómo el mundo de los vinos, en busca de originalidad, atracción y mercadeo a costa de todo, se ha hecho de nombres realmente desconcertantes. que a veces atraen al comprador, pero otras lo detienen: ¿Tomaría usted un vino que se llame "El vino de mierda"? ¿Quizá?
Tomo algunas etiquetas del divertido Blog Antidepresivo.net:












viernes, 29 de abril de 2011

Burbujas en la Boda Real inglesa

¿Dom Pérignon o Pol Roger?

Etiqueta de la Dom Perignon
servida en la boda del príncipe Carlos y Lady Di

Guillermo y Kate, protagonistas

Hoy, cuando el mundo deja a un lado por un rato sus crisis para volcarse hacia la boda de Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton (ya Duques de Cambridge y ella Duquesa Catalina), es buena fecha para recordar cuán ancho y negociable se ha vuelto el mundo de champañas nupciales, no solo en el de las nobles sino también en el de las más plebeyas.
La prensa no termina de asegurar que burbujas engalanarán el célebre enlace inglés. Por un lado, según la página web Decanter.com, los invitados al desayuno que se ofrecerá después de la ceremonia religiosa disfrutarán del champán Pol Roger. El medio especializado en vinos asegura que el palacio de Buckingham ha pedido un champán "non-vintage" y que la pareja prefirió esta etiqueta porque “Pol Roger tiene una larga y honorable asociación con la aristocracia británica: era el champán favorito de Sir Winston Churchill”.





La famosa bodega francesa Moët et Chandon lanzó a principios de este año su Dom Pérignon Weding, inspirada en la ya célebre Magnum Dom Pérignon Vintage 1961 que se bebiera el 29 de julio de 1981 en la boda del príncipe Carlos con Lady Diana Spencer, padres del príncipe casadero de hoy. Aquellas ya viejas botellas tenían inscritos los nombres reales y la fecha de la boda más vista de la historia y serían las mismas con la que quizá celebre hoy la nobleza británica.
Una fuente del Palacio de Buckingham informó que la Reina Isabel II de Inglaterra gastó el año pasado 30 mil libras esterlinas (unos 45.600 dólares) en botellas del delicioso champagne Dom Pérignon para el gran acontecimiento que hoy hará olvidar las penas propias y ajenas.
La Dom Pérignon Weding 2000 ha sido accesible a bodas mundanas y muchas son las celebridades que han escogido brindar con esta marca en su gran día, poniendo sus nombres en ella: Tom Cruise y Katie Holmes, Mariah Carey y Nick Cannon, Beyoncé y Jay-Z, Jennifer Lopez y Marc Anthony.

El aditivo pubicitario
En conmemoración al lanzamiento de la Dom Pérignon Weding , sesacó a la luz una foto nunca vista que Karl Lagerfeld tomó para la campaña internacional de la célebre casa francesa y en ella aparece la despampanante Claudia Shiffer, amante de la marca.

Claudia Shiffer en la inédita foto de Lagerfeld

El misterio seguramente será develado hoy mismo con lujo de detalles por la amarillosa prensa inglesa.

Lea también en este Blog: Memorias del Buckingham de Carlos y Diana / Torta y cerveza protagonizaron la jornada nupcial de 1981.(Ver)

jueves, 28 de abril de 2011

Las honestas palabras de una gran cata

En torno a Viña Ardanza



El pasado 12 de abril tuvimos la enorme suerte de catar verticalmente y por primera vez en Venezuela, cinco de las mejores añadas de los vinos de Viña Ardanza, de la bodega La Rioja Alta SA y que en el país distribuye con esmero Tamayo & Cía. Se trató de caldos de 1982, 1989, 1996, 2000 y 2001, todos exquisitos, con sus diferencias, sus matices y su manera de enseñar lo que verdaderamente significa el tiempo y la botella.
La bodega La Rioja Alta S.A. fue fundada el 10 de julio de 1890 por cinco viticultores vascos y riojanos en lo que se conoce como el Barrio de la Estación de Haro, bajo el nombre "Sociedad Vinícola de la Rioja Alta".
La emblemática cata fue dirigida por el Director de la bodega para América, Rafael Momeñe, quien vino especialmente a Venezuela para presentar la cosecha 2001, recién introducida en el mercado mundial y considerada como una Reserva Especial, por las condiciones excepcionales de ese año y la evolución de la añada durante su proceso de maduración.
Más allá de la delicia de estos vinos, sus sus bondades, me quedé pensando en las grandes diferencias que observamos en las catas de vinos del Viejo y del Nuevo Mundo. Momeñe, encantador, serio, certero, jamás pronunció la palabra “taninos” por ejemplo, la primera que surge ante cualquier vino tinto.
Por otra parte, Momeñe se deshizo de los muy concurridos vocablos con los que sommeliers y especialistas se lucen: aterciopelado, equilibrado, redondo, acuerpado, por no mencionar las infaltables piernas o lágrimas y aquello del regaliz y las frutillas de bosques a los que jamás iremos y que nos hacen olvidar las frutas de nuestra infancia y nuestra cotidianidad.
Aún cuando su interés era resaltar las cualidades de los vinos que presentaba, Momeñe habló de “vinos intrépidos”, “vinos cansados” y se refirió a los caldos del 2001 como “la joya de la corona”. Y más aún, sin remordimientos, dijo de uno de sus vinos que “aún le faltaba limar ciertas asperezas”.
Honestidad del lenguaje, pues. No pido más.
Maravillosos vinos los de Viña Ardanza S.A, sin duda.

Recomiendo visitar:
Página de La Rioja Alta S.A
Artículo de Vladimir Viloria: Elogio de Viña Ardanza en El Universal.

miércoles, 27 de abril de 2011

Nostalgia por las barras de otrora


Esta foto fue captada por el gran Robert Frank
en un Drugstore de Detroit en 1955.
Cuánta nostalgia producen estas barras atestadas,
del rápido yantar, entre suspiros y desiertos ajenos.

martes, 26 de abril de 2011

Takeshi Nagahama de vuelta a Japón

El chef retoma su sueño,
aún después de la tragedia


Foto: Fernando Bracho

El 18 de marzo pasado el chef Takeshi Nagahama anunciaba en su Blog que había trabajado su último día en el restaurante que lo condujo de Venezuela a Nueva Zelanda. El 27 partió, como eran sus planes, hacia Japón, pese al terremoto y la devastación que arropaba a su país natal y que le sembraban enorme preocupación sobre todo por la contaminación de las aguas y los vegetales. Tenía tres años sin pisar suelo patrio y lo esperaba un desastre, pero también una infinidad de oportunidades que, acostumbrado como está a los rotundos cambios, no va a desaprovechar.
Desde Nagoya-shi, Aichi —la cuarta ciudad más grande de Japón, en la costa del Pacífico—, especialmente para este Blog, Nagahama nos comenta: “Al principio no pude entender cómo y porqué pasó este desastre. Sólo llorar y rezar, buscar algo que pudiera hacer para ellos. Pero al final llegué a la conclusión de que cada uno debe hacer lo que pueda sin cambiar su manera de ser, y eso es de gran ayuda para levantar de nuevo este país. La realidad es mucho más difícil que lo que muestran las noticias, es difícil recuperar todo lo que habíamos tenido, tendremos que pensar a crear totalmente un nuevo proyecto. Estábamos llenos de egoísmo y avaricia, y siempre la vida nos guía al camino correcto, a veces con un golpe duro. Lo bueno que veo es que la gente, sobre todo los jóvenes, empiezan a pensar en otros con el cariño que por mucho tiempo habían olvidado. Se ven más amables, más unidos, hay más colaboración, más armonía, aunque se necesite tiempo, pero seguramente este desastre es un punto de cambio positivo para nosotros. A pesar de todo, me siento tranquilo porque estoy en mi país”.
Cuando le pregunté sobre sus planes inmediatos, escribió en broma que quisiera tomar un avión de vuelta a Venezuela. Pero comentó: “De momento quisiera revisar las comidas regionales de Japón, sobre todo la de la parte suroeste para profundizar más en mi origen japonés. La comida japonesa es muy amplia y profunda, así que mientras pueda absorber algo seguiré intentando cocinar mejor. Donde sea, quiero cocinar a mi manera y más relajado, disfrutando con el equipo y con los clientes. Y prepararme más para el momento de volver algún día a Suramérica, donde sigo deseando vivir de nuevo”.

Señor de los cambios
Para Takeshi Nagahama esto de brincar de un mundo a otro no es novedad. Quienes tuvimos la suerte de probar las delicias de su restaurante Papiro —ubicado en la Estancia San Francisco, vía Páramo La Culata, en Mérida— sabíamos que por su altísima calidad aquello no duraría demasiado. El chef venía de una historia de cambios, viajes, grandes y galardonados restaurantes y sobre todo deseos de volver a Tokio, la ciudad con más Estrellas Michellin del mundo. De hecho, su último trabajo en tierra natal, antes de mudarse a la plácida Mérida, fue en el restaurante Sant Pau de Tokio, de la celebérrima chef catalana Carme Ruscalleda, que obtuvo dos —aún las mantiene— de las 191 Estrellas Michelin que en el 2007 la multinacional francesa otorgaba por primera vez en Japón.
Nacido en 1970, en su haber están pasantías y trabajos en restaurantes españoles que hacen gala de los asteriscos de la llamada Biblia culinaria: en 1999 estuvo en el restaurante Cuina de Can Pipes, en Cataluña (una estrella) y en el Hofmann de Barcelona (una estrella); en el 2000 anduvo por el Toñi Vicente de Santiago de Compostela (una estrella) y El Raco de Can Fabes de Barcelona (tres estrellas); en el 2003 cocinó en el Abac en Barcelona (una estrella); y en el 2004 en el Sant Pau de Cataluña (tres estrellas).
A Venezuela vino a dar, literalmente, por amor. Nació en Nagoya, estudió Ingeniería agronómica en la Universidad de Hokkaido, la segunda mayor isla nipona. Al graduarse en 1994 se mudó a Tokio para trabajar en un laboratorio de esencias, perfumes y condimentos. Luego, en 1996, obstinado de la rutina, se alistó como voluntario en un programa del Cuerpo de Paz de los Estados Unidos, que lo condujo a Ecuador, donde decidió que sería cocinero el resto de su vida. Volvió una vez más a Japón, conoció allí a una merideña que lo impactó y se casaron en España, a donde Takeshi fue a estudiar en la Escuela Hoffman de Barcelona. En adelante, hizo varias pasantías, una de ellas con el fallecido Santi Santamaría, con quien se quedó trabajando y que mucho influyó en él.
En España comenzó trabajando en Abac y luego en la mantequería Can Ravell, considerado el mejor delicatessen de España —allí conoció a su hoy compadre, el chef venezolano Carlos García—. La situación económica y la llegada del primer hijo hizo pensar en la vuelta a Japón. Había oído que Carmen Ruscalleda estaba montando su restaurante en Tokio y allí fue a parar. “No fue fácil. El trabajo era muy arduo y se me hizo complicado meterme otra vez en la sociedad japonesa. Casi no veía a mi familia. Los japoneses me trataban como extranjero y los españoles que mandó Ruscallleda me tomaban por japonés. Yo estaba muy perdido… y me preguntaba ¿qué soy? Y me respondí: yo soy yo”.

Con su compadre, el chef Carlos García

Sentado frente a Santi Santamaría,
cuando el difunto chef catalán visitó Venezuela en 2007

La familia Nagahama apostó por Venezuela. Llegaron directo a Mérida. Él lo quiso así, no se veía en el agobio caraqueño. El chef comenzó en el Hotel Belensate en el 2004 y más tarde mudó sus fogones a El Laurel, en el EcoWild. Ya con un nombre, un estilo y fieles comensales, pasó en febrero del 2007 a la cocina de la Estancia San Francisco. Y cuando creímos que se quedaría en Venezuela, que envejecería aquí, decidió soltar amarras e irse a Nueva Zelanda, donde los vientos volvieron a llevarlo a Japón. ¿Y luego? Con Nagahama nunca se sabe.
Para finalizar la entrevista, le pregunto qué extraña de Venezuela. Y sin aspavientos responde: “El cariño de la gente, los amigos. Aunque es difícil de vivir allá por muchas razones, la amistad que pude tener con la gente y su cariño son inolvidables. A veces recibo una llamada sorpresa desde Venezuela, quizá me llaman más mis amigos de allá que mis amigos japoneses”.
Insisto en indagar sobre qué producto se hubiese llevado de Venezuela. Y dice extrañar el ron y el chocolate criollo, pero confiesa que se llevó Mi cocina, el libro que el propio Armando Scannone le regaló y con el cual dice haber cargado con el secreto de la gastronomía venezolana. “Muchas cosas lindas tengo grabadas en mi corazón que no pude traer”, sentencia desde su tierra, mientras nosotros tanto lo extrañamos.

Muchos de los datos de este trabajo
formaron parte del dossier de la Revista Papa y Vino,
cuya portada es del fotógrafo Fernando Bracho.

lunes, 25 de abril de 2011

Adiós a Gonzalo Rojas

Dos fragmentos


A los 93 años ha fallecido hoy el poeta chileno Gonzalo Rojas. He aquí dos breves fragmentos de dos grandes poemas, hallados al azar entre sus sagradas palabras.

De Perdí mi juventud en los burdeles...

Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.


De Sátira a la rima

He comido con los burgueses,
he bailado con los burgueses,
con los más feroces burgueses,
en una casa de burgueses.

Les he palpado sus mujeres
y me he embriagado con su vino
y he desnudado, bajo el vino,
sus semidesnudas mujeres.

domingo, 24 de abril de 2011

El adiós del restaurante Yantar

Tatiana Mora y Enrique Limardo:
El armonioso maridaje de YANTAR


Nos enteramos consternados de la desaparición del restaurante Yantar que por años dio gusto a la gastronomía capitalina venezolana con una cocina de fusión, atrevida y armoniosa. “El cierre de Yantar deja una herida más en la ciudad”, señala con absoluta razón Vladimir Viloria en su artículo del diario El Universal (VER) y nos hace pensar en crisis que creíamos lejanas, en restaurantes que no logran superar su natural estatus de negocio y que ahuyenta todo intento de fundar tradiciones restauradoras.
Lo que sigue es un reportaje que hice hace cuatro años para la Revista Papa y Vino —también desaparecida, como librerías y tantos sitios en Venezuela— sobre Yantar y sus chefs Tatiana Mora y Enrique Limardo, a quienes hago llegar un abrazo solidario, deseándole buenos rumbos.

“Yantar”, preciosa palabra. Raro que nadie la hubiese usado antes para dar nombre a un restaurante en Caracas. Es perfecta, seductora, de memoriosas resonancias. El Diccionario de la Real Academia Española remite a su uso antiguo de “comer a mediodía”, a la vez que al pago que se hacía al poseedor de una finca y que consistía “en medio pan y una escudilla de habas o lentejas”. A Tatiana Mora y Enrique Limardo les encantó para su nuevo recodo de la Cuadra Gastronómica, en los Palos Grandes, por las tantas veces que Don Quijote de la Mancha dice altivo “y, por agora, tráiganme de yantar…”. La propuesta de los esposos Limardo viene a cuento porque, además, el suyo es un restaurante de francos aires ibéricos, que combina una cocina catalana de vanguardia con elementos de sofisticada sazón venezolana. El menú es una auténtica fusión de continentes, caracteres, pasiones, saberes y sabores. Un matrimonio, pues.

(Foto: Ricar2 /gpCaracas)

Él: aprender hasta el fin
Enrique Limardo debe su vena cocineril a la abuela, artífice de platillos mantuanos tradicionales. Nació en Caracas en 1975, comenzó a estudiar arquitectura pensando que la cocina no requería formación. Pero los fogones se impusieron. En 1996 tuvo la oportunidad de hacer una pasantía en el restaurante Mostaza, entonces comandado por Elio Scanu, quien le dijo “si realmente te gusta la cocina necesitas ir a Europa a aprender lo que es el oficio”. Siguiendo a pies juntillas la conseja de Scanu —hoy chef ejecutivo del exclusivo Snowbasin Resort en Utha— inició una pesquisa por Internet que lo llevó a la escuela de Luís Irizar, en San Sebastián, País Vasco.
Sólo estudiando con Irizar, maestro de maestros, entendió que necesitaba aprender mucho más para alcanzar la excelencia. Decidió entonces apostar por las aulas de postgrado de la Escuela Universitaria de Hostelería y Turismo de Sant Pol de Mar, donde lo aguardaban Tatiana Mora y el irrefrenable flechazo amoroso. Antes había pasado por las cocinas de varios hoteles en Malgrat de Mar y por Rúcula, el restaurante de Joan Piqué.
Una vez graduado volvió a los fogones de Piqué como jefe de la estación de pescados. Pero inquieto como es, sintió que necesitaba algo más sofisticado y se fue por seis meses con Xavier Pellicer al célebre Ábac, luego siete meses al Racó d’en Freixa de Ramón Freixa y más tarde un año y medio a Gaig, el restaurante de Carlos Gaig.
“En Gaig fui jefe de estación. Pero me llamó de nuevo Piqué para que fuera su segundo en el restaurante que abriría en el hotel Mas de Torrent en Girona, un Raelais Chateux ultra lujoso. Con él estuve casi dos años, fue una oportunidad y una gran experiencia. En ese momento ya mi relación con Tatiana era formal e íbamos a casarnos. Pero antes de volver a Venezuela quise hacer una última pasantía y estuve seis meses con Joan Rocca en El Celler de Can Roca, dos estrellas Michellin. Fue una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. Rocca fue quien más influyó la cocina que hago en Yantar”.
En adelante la historia de Limardo estaría unida a la de Tatiana Mora. Y ahora, en Yantar, a la de un oficio que comienza a dar frutos: “Pasé mucho tiempo estudiando y trabajando de a gratis, pero eso me enseñó que este oficio es una manera de vivir y que tienes que estar preparado, porque se trata de un arte. Tienes que tener conocimientos muy vastos. Yo todos los días me meto en Internet, investigo, soy un enfermo de los libros”.

(Foto: Ricar2 /gpCaracas)

Ella: los pasos de la certeza
Tatiana Mora comenzó como lo han hecho los grandes cocineros del mundo: estudiando en un hotel escuela. Nacida en Mérida en 1975, quedo huérfana de madre con solo diez años, por la que debió asumir los fogones del hogar. A los doce, con ayuda de su abuela y los libros de Armando Scannone hacía ya pastichos y polentas de pollo.
Gracias a convenios del Instituto Universitario Hotel Escuela de los Andes hizo sus primeras pasantías en el hotel Polynesian, en el corazón de Walt Disney World en Florida y luego en el Hotel Escuela Santo Domingo de Málaga, España. Su padre, siempre solidario —y visionario— apoyó la inclinación de la joven y la aupó a seguir estudios fuera del país. Fue él quien halló en Internet la Escuela de Sant Pol de Mar.
Ya en España, en una clase con Ferran Adriá, se dijo “yo necesito ir a trabajar con ese señor”. Y el archiconocido señor le sugirió que aplicara para una pasantía a través de su página web. Lo hizo y justo cuando estaba entregando su tesis apareció un correo invitándola a hacer prácticas en El Bulli.
“Era muy duro trabajar allí, mucho más que en Disney. Entraba a las once de la mañana y salía a la una de la madrugada. No me pagaban porque solo podían subsidiar a diez pasantes. Nos daban comida y parte del transporte. En ese momento mi papá me dijo te quiero mucho pero se acabó la beca, busca trabajo. Yo llevaba apenas tres meses en El Bulli, hablé con Adriá y él lo único que pudo ofrecerme fue que me quedara en la casa donde dormían todos los chef: diez hombres. Fui a ver el lugar, era un desastre. No pude seguir”.
De regreso a Barcelona buscó trabajo con Joan Piqué en Rúcula, después cocinó en el Gais por año y medio hasta que Piqué le pidió que lo acompañara en su prometedor proyecto restaurador en el hotel Mas de Torrent, donde trabajó por vez primera junto a su novio.
La próxima escala sería Venezuela. “Mi papá no sabía que yo estaba con Enrique, le tuve que contar y me dijo te vienes y te casas en diciembre, no hay más prórroga. Y bueno, nos devolvimos y nos casamos en Mérida en el 2002”.

Portada Revista Papa y Vino
(Foto: Eduardo Arévalo)

Una historia a cuatro manos
Enero del 2003 no era el mejor momento para iniciar negocio propio en Venezuela. Los ya entonces esposos Limardo anhelaron otros rumbos. Fueron a la isla de Barbados, trabajaron nueve meses con el chef inglés Paul Owens en el restaurante The Cliffs, uno de los más renombrados del Caribe.
Tras otro fallido intento de acomodarse en Venezuela partieron hacia el hotel Bahía Principe de Cancún, un complejo de 2.500 habitaciones donde ambos fueron subchef ejecutivos. “Era agotador. Una experiencia, pero no para toda la vida”, cuentan casi a dúo.
Y como dicen que a la tercera va la vencida, volvieron a Caracas para montar, contra viento y marea, Páprika, un pequeño restaurante en la urbanización Lomas de la Lagunita. Si bien la pareja comenzaba a dar de qué hablar en la comarca gastronómica, tuvieron que cerrar el local, demasiado restringido al público de la lejana zona capitalina.
Con renovados ímpetus, buscando y buscando, apareció el acogedor espacio de Los Palos Grandes donde fundaron Yantar, que con apenas unos meses de inaugurado se ha convertido en favorito de gourmets e incluso ámbito de encuentros de la Academia Venezolana de Gastronomía.
“En Yantar hay mucho diálogo entre la cocina venezolana y la catalana”, apunta Enrique Limardo. “Es una conversación interminable, muy bonita, de intercambio de productos. Sustituimos ingredientes catalanes, como el piñón, por el merey, y funciona muy bien, dando ese toque que uno quiere, porque no somos catalanes sino venezolanos. Lo importante es que somos amantes de la calidad del producto. Nuestros platos son muy probados, reflexionados, buscamos el porqué de la integración”.
Siempre se rumora que la cocina de un restaurante es un hervidero de egos y adrenalina. Los Limardo parecen haber hallado la fórmula de la armonía. “En momentos de mucha presión siempre hay respeto mutuo. Lo positivo de cocinar juntos es que estamos juntos todo el tiempo. Somos un complemento. Nuestra relación comenzó en la cocina, por eso nos sentimos como en casa”, dice ella.
“Hemos querido hacer de Yantar una familia. Nos dividimos ciertas tareas y nos sustituimos para que ninguno sienta que está haciendo siempre lo mismo. Nos llevamos muy bien. Claro, hay momentos…como en todo, pues”, remata él.

© Jacqueline Goldberg
Publicado en Revista Papa & Vino, No 10/ 2007

sábado, 23 de abril de 2011

Un libro en el Día del Libro

El invitado sorpresa
de Grégoire Bouillier


Por Ana García Julio,
especial para Textos en su tinta
VER su buen blog Derrelictos


¿Qué empujaría a un hombre con un bolsillo no muy holgado a gastarse un mes de alquiler en una botella de Margaux del 64 para agasajar a una desconocida? Por irónico que parezca, la desesperación. Una irreprimible necesidad de poner en orden las piezas de su pasado para recuperar la posibilidad de un futuro digno. El orgullo, que tantas cosas mueve en esta vida. O quizás, la importancia de la cumpleañera. ¿Y si la cumpleañera fuera una célebre “desconocida”?
Ese vino de nombradía es apenas un detalle que ilumina las páginas de El invitado sorpresa, la segunda novela del narrador parisino Grégoire Bouillier, editada en español por Mondadori en 2008. Un libro que atrae antes de hojearlo, con la frivolidad de un amor a primera vista, debido a su formato pequeño, de tapa dura, y su ilustración de portada: una hermosa botella de vino tinto. Uno de esos objetos que, movidos por quién sabe qué ansia interior, “devoramos con ojos”.
La historia arranca con la inesperada llamada telefónica que el protagonista recibe de su ex, quien reaparece cuatro años después de haberlo dejado para convidarlo a la fiesta de cumpleaños de una desconocida: la artista conceptual Sophie Calle. Víctima de sus cambiantes expectativas (en las que la Calle no pinta nada, pues este es el testimonio de una obsesión: la de un reencuentro amoroso vislumbrado en sueños y pesadillas), el hombre se prepara mentalmente para asistir como “invitado sorpresa” a una celebración en la que no puede presentarse con cualquier regalo:
“(…) Y yo no quería presentarme a aquella cena trayendo conmigo un regalo que no ilusionara más que el tiempo de quitarle el papel brillante y el lazo. Y de golpe comprendí por qué siempre envolvemos los regalos en nuestras sociedades: no para administrar el efecto de la sorpresa sino para disimular que se trata de una mentira y esa certeza nos atraviesa el pensamiento inevitablemente siempre que recibimos un regalo, sí, lo abrimos y por espacio de una fracción de segundo presentimos la superchería y nos roza el hastío y la tristeza y nos apresuramos a sonreír y a dar las gracias para mejor ocultar en lo más profundo de nuestro ser el pesar de que jamás se nos ofrezca algo inesperado en la existencia y esa ilusión siempre frustrada permanece incomprensible para nosotros mismos” (pp. 40-41).
El protagonista nos hace partícipes de sinsabores soterrados como éste. Pero también lo acompañamos cuando su desbordado optimismo roza el cielo y tememos que se despeñe de un momento a otro. Ansiamos que encuentre las explicaciones que necesita para apaciguar su inquietud y, como si se tratara de la nuestra, deseamos que su suerte tenga un giro feliz.
Lo que da cuerpo a este libro es un monólogo interior, conmovedor y disparatado a la vez; el borboteo de la esperanza y la incertidumbre de un ser humano a quien el abandono ha reducido a sus hábitos más elementales (como el escape de dormir por las tardes completamente vestido). Alguien que, aunque lo niegue, anhela reconstruirse junto a la persona a quien alguna vez amó y que, en cierto modo, ya no existe. Sin embargo, la suya no es una desesperación que huele a abatimiento. Con Bouillier comprobamos que la desesperación no es, en lo absoluto, desesperanza. Es lo más agudo de la esperanza. Una algidez metafísica, teñida de un humor sombrío, donde se encadenan las ideas más atroces por arte de una búsqueda del sentido.
Bouillier nos asegura que su historia es cierta y, como si hiciera falta certificarlo, al final del libro nos ofrece una foto de la dichosa botella de Margaux, suministrada por la propia Sophie Calle.

El invitado sorpresa
Gregoire Bouillier
Mondadori, 2008.
130 páginas
Traducción de Vicenç Tuset Mayoral

viernes, 22 de abril de 2011

Un viernes para mirar fotos ajenas

Vivian Maier, la niñera
que fotografiaba en sus ratos libres


Gracias a la artista Consuelo Méndez descubro el portafolio de la fotógrafa francesa-estadounidense Vivian Maier, quien ayer cumplió dos años de fallecida y cuyo extraordinario trabajo comienza apenas ahora a conocerse y reconocerse. Maier llegó a los Estados Unidos en la década de los treinta y siempre trabajó como niñera entre Chicago y Nueva York. Sus fotos dejan ver sus andazas callejeras en sus días libres, sus ratos con los ojos afincados en su RolleiFlex.
“John Maloof, un joven de Chicago, adquirió una caja con negativos en una subasta de muebles y antigüedades, pensando que podrían servir para un libro que preparaba sobre la historia del Noreste de Chicago. En cuanto empezó a escanear los negativos llegó a la conclusión de que no le iban a servir para su libro, pero igualmente se fue convenciendo de que aquellas no eran imágenes comunes. Su intuición y cierto consejo de algún experto, lo llevaron a adquirir el resto de las cajas y a mantenerse en la búsqueda de todo el material posible. No fue sino 2 años después de su primera compra que dio con el nombre de la fotógrafa, escrito a mano en un recibo de la tienda de fotografía que utilizaba, al hacer de inmediato una búsqueda en Google el resultado fue un obituario publicado hace dos días: Vivian Maier había muerto”, escribe José Ramírez a principios de este año. (VER nota completa)
Una larga y emocionada nota del periodista Marco Tulio Socorro en su blog Blungún nos termina de contar la historia de esta fotógrafa increíble. (VER)
Selecciono para hoy y para lo que queda de este fin de Semana Santa, aquellas imágenes que, entre muchas otras conmovedoras y perfectas, tienen que ver con la gastronomía y sus infinitas aristas.
La página web de Maier está llena de asombros: http://www.vivianmaier.com/

End of April, 1953, New York, NY

August, 1958, Cranberry Portage, Manitoba, Canada

Undated, New York, NY


Untitled, August 12, 1954, New York, NY

September, 1956, New York, NY

1954, New York, NY

jueves, 21 de abril de 2011

Pozo Suruapo

La gran opción a unos pasos de Caracas

Pozo Suruapo (ver su PAGINA), un oasis enclavado en los frescos montes de San José de Los Altos —en la Zona Protectora del Área Metropolitana de Caracas, a 1050 metros sobre el nivel del mar— abrió hace ocho años. He ido cuatro veces ya y no sé por qué nunca escribí sobre ello. Y ha llegado la hora, cuando uno repite tanto es porque la seducción ha sido definitiva. Ello se resume en magnífica parrilla uruguaya acompañada por otras muchas delicias con toques criollos, insuperable atención, estupenda relación precio-calidad y un contexto que tiene la extraña capacidad de regalarnos energía, verdor y descanso. Uno retorna a Caracas sintiendo que ha hecho un viaje magnífico, que no hay lejura necesaria para volver a uno y reconciliarse con el mundo.


Pozo Suruapo se ha ido haciendo de a poquito. Y lo sé yo que con cada visita veo algo nuevo y percibo el cariño con que sus dueños, Germán Cabrera y Natacha De León, van forjando ese enclave de tranquilidad y buena comida. Las esculturas de Germán muestran por doquier su maestro dominio de los metales —es artista y profesor—, mientras Natacha —ingeniero químico ambientalista—, hace que uno se sienta en casa, siempre sonreída, dispuesta a complacer. Esta vez hallé que venden piezas de sus bonitas vajillas y matas para sembrar en casa. Y si uno insiste un poco y tienen en existencia, venden su pan integral recién horneado, el mejor que he comido en años.













En varias terraza con caneyes de rústica elegancia se encuentran mesas muy bien servidas para un máximo de 60 personas, con vajilla de cerámica hecha especialmente para el restaurante. De la parrilla saltan directo a la mesa chorizos, morcilla con salsa de parchita, pollo y mucha carne al gusto. No es en vano la advertencia de no llenarse con las entradas, las arepitas con ají dulce y el queso, pues pocos llegan al final para dar lugar merecido a la carne. La jornada es bañada con bebidas de preferencia, vinos que ofrece la casa o los que uno quiera llevar, con pago mínimo por el descorche. Siempre la poza entona cantos relajantes que Germán armoniza con mucha música brasileña.
Quizá una de las cosas más deliciosas del lugar, por lo que de raro y pecaminoso parece tener, es la posibilidad de comer y de inmediato dormir una larga siesta en la terraza de hamacas, arrullada por el vasto silencio de esos valles mágicos llenos de rutas por las que pasear y donde se dice murió el cacique Guaicaipuro a finales del siglo XVI.

Allí nadie apremia. La idea es llegar hacia el final de la mañana y quedarse hasta las seis de la tarde. Es un paseo de todo el día, de regresar a no hacer ni comer nada mas. Y quienes le tienen miedo a los caminos y los carros pequeños, pueden pedir información sobre transporte. No hay excusa para no llegar. Son apenas 30 minutos desde Caracas.
Lo que diga es poco. Adoro Pozo Suruapo. Sueño con quedarme en una de las preciosas cabañas que alquilan para fines de semana. Siempre hay que llamar y reservar, por si acaso. Y aunque el lugar está full, no hay manera de sentirse amontonado. La naturaleza está por doquier.

contacto@pozosuruapo.com.ve
Tlf: 0414-3323988; 0416-8012991; 0212-3772066


Las esculturas de Germán Cabrera
en Pozo Suruapo