Ernst Ludwig Kirchner
Se pregunta Hermann Broch en su muy compleja novela Los inocentes:
“¿En qué momento de la vida pierde una boca el don de comunicar felicidad? ¿En qué momento queda relegada a simple instrumento para comer, aunque el don de la palabra la siga ennobleciendo hasta el último escalón de la vejez?”.
Y yo, desde este viernes casi clausurado, dudo de esas bocas que todo lo probaron y vienen de vuelta; de aquellas que todo lo dijeron y desconocen el amargor y el almíbar. Me pregunto, ¿de qué vale la palabra que no saborea, la boca que no lame ni besa?
“Soy toda boca”, escribió Sylvia Plath.
¿Y tú?
1 comentario:
yo soy una boca pegada a un cuerpo, con lo bueno y lo malo que esto supone.
Hermosísimo, Jaqueline...
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