sábado, 4 de septiembre de 2010

Crónica de Buenos Aires (9)

Delicias imantadas
He intentado recordar cuántas veces he pedido telefónicamente que me traigan comida a casa y la verdad es que se me ha hecho difícil tarea. Quizá un par de veces llegó a mis puertas una moto con las infames pizzas de Domino’s o Papa Jones y algún chino a cuenta y riesgo. También en la era precámbrica de mi adultez capitalina un Sushi Delivery. Pero hoy en Caracas es dificilísimo que un restaurante lleve buenos condumios a casa. Pues eso me encantó de Buenos Aires: cualquier restaurante, bueno o malo, grande o pequeño, tiene servicio de “Delivery” sin tragedias ni preguntaderas. Uno llama, pide, da un teléfono, dirección y ya está. Confían en uno. A nadie se le ocurre que habrá una llamada fantasma. Y esa comida llega con prontitud, calientita, en maravillosos envases de anime o plástico o aluminio, desde ensaladas, pizzas y pastas, hasta gruesos filetes de carne o pescado. Y hasta más barato que comer en el restaurante es. Llegué a ver en las calles mesoneros portando inmensas bandejas con café humeante y facturitas que seguro iban a puertas vecinas a la cafetería.
Una amiga me recomendó antes del viaje —en su amabilidad trasplantada a un lenguaje que desde aquí percibí absolutamente críptico— que fuera pidiendo imanes en los restaurantes cercanos al apartamento donde me quedé. Casi al final del viaje fue que comprendí que los restaurantes, en vez de dar una tarjetita de cartón con sus datos y especialidades, regalan una publicidad imantada para aparcarla en la puertas de la “heladera”. Entendí y caso hice, lástima que, agradecida como estuve ante las bondades del equipamiento de aquel apartamento y pensando en futuros huéspedes, dejé esos imanes olvidados junto a algunas manzanas y garrafón de agua sin abrir.
Los imanes de restaurantes porteños echaron por la borda mi atávica repulsión por las neveras tapizadas de cursis recuerditos de viaje. Me los hubiese traído y me recordarían por un tiempo las maravillas de una urbe cosmopolita. En mi nevera, por ahora, solo dejo subsistir un imán traído del Louvre: Eros y Psique, la maravillosa escultura de Antonio Canova.

1 comentario:

Lorena dijo...

jaja es verdad que pasa un tiempo en Buenos Aires y a uno se le llena la heladera de imanes. Yo he pedido sushi delivery muchas veces y en distintos lugares, por eso tengo de todo. Lo bueno es poder elegir a la hora de hacer el pedido. Tener mucho imanes garantiza la cantidad y cantidad.
Lore