domingo, 4 de abril de 2010
La mujer ARAÑA
Sufría por culpa de la Mujer Araña.
Padecía a causa de las sensuales ramificaciones
de aquella tarántula
que exhibía su artillería de mediatarde en el circo.
Sufría porque su amante, fotógrafo, se había enredado
en las contorsiones mal pagadas de la tejedora.
No podía admitir que su rival fuese un arácnido
de pechos brotados de una caparazón de lentejuelas.
Lloraba con el rigor de los abandonados.
Conoció el fotógrafo a la Mujer Araña
mientras hacían un reportaje sobre el peregrinaje
que había convertido a la rastrera criatura
en atracción de fin de semana.
Ella entreveía, entrevistaba.
Él se soñaba acariciado por infinitas patas.
Mientras ella escribía acerca de la habilidosa huérfana,
él se retorcía entre sudores madrugados
bajo la hediondez de las carpas.
El fotógrafo lloraría una vez que la Mujer Araña
continuó su recorrido por las provincias del centro del país
y la periodista le impidió regresar
a sus secretas osadías.
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