Un libro de cocina también se lleva a la cama.
Se manosea, abierto sobre el vientre.
Se mancha, se lame, se abraza,
se le dicen pequeñas palabras soeces.
Un recetario no solo tiene sentido en la mesa,
doblado, de pie junto al fogón,
con premura, entre exactitudes y requerimientos.
Sus líneas no han de ser mandato,
sus secretos no siempre vierten ventanas.
Un libro de cocina también surca lo oscuro,
jadea en mesas de noche,
escucha lo prohibido.
Se abre al azar: oráculo.
Hay que dejarse llevar por sus blancos,
saborearlo bajo la cobija, con una sola mano,
Que de sus páginas broten aceitunas y remolachas,
hagan crema en la piel.
Que el aceite de oliva resbale
y retenga ardidos vocablos.
Que el azúcar limpie orugas,
desdiga la inocencia, la espera, los afanes.
Listín Prêt-à-porter
Hay recetarios imprescindibles. Para la cocina y la cama.
Pero también magníficos ensayos, novelas, poemas,
que rozan el tema culinario.
Algunos de los que tengo ahora mismo a mano y recomiendo:
Sabores que matan / Comidas y bebidas en el género Negro-Criminal
Raque Rosenberg
Leyendas del azafrán
Pat Willard
Comer con los ojos
Autores varios
Elogio de la Berenjena
Abel González
Tratado de culinaria para mujeres tristes
Héctor Abad Faciolince
Pasarla bien
Miguel Brascó
Cremas & Castigos
Aghata Christie
La fiestas de Frida y Diego
Guadalupe Rivera
Comer y beber a mi manera
Manuel Vicent
Afrodita
Isabel Allende
El que come y canta
(Cancionero gastronómico de México)
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