No sabría recordar, por ejemplo,
cuándo probé por primera vez un Vitel Toné,
un Foie-gras o una Coquilla Saint Jacques.
Pero el día en que me inicié en los ritos del Martini lo tengo clarito.
Fue un jueves antes de la Semana Santa del 2004.
Mi jefe nos invitó al restaurante Le Coq d'Or,
ya entonces en Las Mercedes.
Yo, que en mi vida había estado frente a una copa de Martini,
terminé zambullida en una piscina sin fondo ni decoro.
No sé cómo llegué a casa.
Al día siguiente, con más ansias que resaca,
pensé que aquel Martini
me hubiese gustado más con siete o diez aceitunas.
Días después,
dispuesta a osadas pesquisas,
descubrí que existe el Martini Sucio o Dirty Martini,
mi sueño hecho realidad:
saladito, turbio, con restos de incontables aceitunas.
Esa semana, que no fue precisamente Santa,
coincidió con la decimoquinta edición
del Festival Internacional de Teatro de Caracas
y entre sus lujos estuvo la obra belga
“Quando l'uomo principale e una donna”
(Cuando el hombre principal es una mujer)
del artista y coreógrafo Jan Fabre.
Y he allí que el Martini, las aceitunas y el aceite de oliva
eran protagonistas de un festín de sexualidad y sensualidad
del que salí, obviamente,
deseando tomarme un Martini muy turbio.
Fuimos a Suka, en el CC San Ignacio.
Pedí al barman que hilara el más mugriento, obsceno,
fangoso, anegado y manchado de los Martinis.
Aquella noche fue la obra de Fabre
la que humedeció mi memoria.
La bailarina, Lisbeth Gruwez, comenzó colgando una veintena
de botellas de aceite de oliva mientras cantaba Volare.
Las botellas goteaban, ella se embadurnaba
al tiempo que preparaba un Martini.
Pasaron muchas cosas que no recuerdo con exactitud,
viento, más aceite, una corona.
Prefiero copiar, con la boca hecha aguas,
un fragmento de una nota de Mabel Diana
publicada en el portal Danza Hoy en Español:
¿Cómo no querer luego un Martini?
Fuimos a Suka, en el CC San Ignacio.
Pedí al barman que hilara el más mugriento, obsceno,
fangoso, anegado y manchado de los Martinis.
Aquella noche fue la obra de Fabre
la que humedeció mi memoria.
La bailarina, Lisbeth Gruwez, comenzó colgando una veintena
de botellas de aceite de oliva mientras cantaba Volare.
Las botellas goteaban, ella se embadurnaba
al tiempo que preparaba un Martini.
Pasaron muchas cosas que no recuerdo con exactitud,
viento, más aceite, una corona.
Prefiero copiar, con la boca hecha aguas,
un fragmento de una nota de Mabel Diana
publicada en el portal Danza Hoy en Español:
“Se quita el pantalón, destapa las botellas y el aceite sale a chorros y moja el piso. Se quita la tira que cruza su pecho y su calzón. Queda desnuda y se baña con el aceite que cae. Rito, transformación, ahora es una mujer. Su cuerpo brilla magnífico, una luz verde acentúa el cambio. Comienza a girar en el suelo, a desplazarse, fácil, delicada, en equilibrio. Se acaricia, los muslos, la cara, el sexo, los brazos. Todo muy suave, descubriéndose placenteramente. Su desnudez está vestida de aceite. Cambia la intensidad de sus giros, ahora son rápidos, precisos. Con total dominio sobre esa superficie tan resbaladiza. Rueda, gira, se suspende. Su cuerpo refleja la luz, el aceite refleja la luz, que cambia de verde a blanca. El olor del aceite de oliva invade el teatro. Todo el escenario es un piso de aceite.
Va hacia el frasco de aceitunas, lo abre y éstas se desparraman. Vuelve a cantar "Volare" y comienza a caminar, muy femenina, se coloca la corona de olivo, la paz y la gloria. El regreso de la mujer, el baño de aceite que la purifica, la embellece, la protege, le da sabiduría. Se acerca a probar su trago, ahora con el toque que faltaba, una aceituna extraída por arte de magia de sus genitales.”
¿Cómo no querer luego un Martini?
Una receta
Ingredientes del Martini sucio
60 ml. de Ginebra
15 ml. de Vermut
2 cucharadas de jugo o salmuera de aceitunas
hielo
2 aceitunas (o 5 o 7)
Preparación
Se mezclan los licores en una coctelera,
se agitan fuertemente y se sirve en la copa,
luego para dar el toque "sucio"
se vierte el jugo de aceituna
y se decora dejando caer las aceitunas
previamente unidas por un palillo de dientes.
A Edgardo, Eleonora y Hernán
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