El indeseado hervidero de un restaurante
©Jacqueline Goldberg
Retrato de Suzanne Valadon, de Toulouse-Lautrec
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“Las salidas a comer tienen una larga historia.
Había ya tabernas en el año 1700 a. J.C.
Se han encontrado pruebas de la existencia
de un comedor público en Egipto en el año 512 a. J.C.
que tenían un menú limitado,
solo servían un plato preparado
con cereales, aves salvajes y cebolla”.
A veces me pregunto
cuán inapropiado es salir a comer,
cuán invasivo un restaurante.
Se pretende ejercer uno de los actos más íntimos del cuerpo
en medio de un montón de desconocidos.
Al comer hacemos ruidos,
provoca abrir la boca más de la cuenta,
pasarse la lengua por los dientes,
eructar a placer,
no limpiarse compulsivamente las comisuras,
desamarrar incluso una flatulencia.
Y estás en un escenario que exige modales,
bajar la voz para que los comensales de la mesa de al lado
no se enteren de tu vida.
Ir a un restaurante implica una socialización
no siempre deseada.
No por nada hay comederos con salas privadas,
recodos oscuros, cortinas,
ausencia de mesoneros.
Restaurantes donde se come con los ojos vendados.
Con los siglos algunos van siendo más sociales,
otros nos hacemos ermitaños
y entre nuestros sueños ocurre
un restaurante de soledades,
donde el cuerpo se exprese a su antojo,
quizá tal como lo hace en el hogar
o en la intimidad de un baño.
¿Escatología?
Finalmente comer e ir al baño son placeres
que no admiten público,
si acaso espejos para mirarse más allá.
¿Llegará ese restaurante
donde ninguna palabra medie
entre nombrar manjares y comer,
donde nadie mire, escuche ni proponga?
¿Un restaurante,
sin gramáticas ni cobijos?
¿El restaurante del absoluto vacío?
Yo misma nada sé.
Se trata de un salvaje anhelo.
5 comentarios:
Consiguió el sitio en los avisos clasificados. Era la primera vez que acudía a uno de esos lugares; aunque lo deseaba desde hacía tiempo, las convenciones sociales y el miedo a ser reconocido por alguien al entrar al equívoco establecimiento lo habían frenado anteriormente. Pero el deseo y la ansiedad de lo prohibido por fin prevalecieron sobre sus resquemores sociales, y decidió ir. Lo recibió en la puerta una anciana madame, quien sin mediar palabra lo introdujo en un pequeño cuartucho, casi a oscuras. Era tal como lo había imaginado. Cuando su vista fue acostrumbrándose a la oscuridad, vio frente a él lo que estaba esperando hacia años: una mesa, con un solo puesto.
Mirco: ¡Maravilloso! Veo que no estoy realmente sola.
Casualmente estoy releyendo "la vida está en otra parte", de Kundera, y en uno de los pasajes del libro hay un comentario sobre la madre de Jaromil, el poeta, a la cual en un momento de su vida le era imposible comer delante de las demás personas, por considerarlo un acto con algún grado de obscenidad. Tu estupendo poema me trajo ese párrafo a la memoria.
"Aquello era algo totalmente nuevo, porque la mamá había tenido desde la infancia, unafuerte repugnancia por todo lo corporal, no sólo por lo de los demás sino por lo suyo propio;le repugnaba tener que sentarse en el retrete (trataba siempre de que, por lo menos, nadie laviera entrar allí) y había pasado épocas en las que incluso le daba vergüenza comer delante delos demás, porque masticar y tragar le parecía asqueroso." (Milan Kundera en "La vida está en otra parte")
Ese, evidentemente, es el párrafo al que aludí. Por cierto, y desviándome del tema, en este libro estoy hallando ciertas reminiscencias kafkianas en las cuales no había reparado la primera vez que lo leí, en específico en el capítulo onírico, llamado Javier. No sé si habrá sido algo inconsciente, un homenaje velado a Kafka, o el alma checa que es así.
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